Francisco Hernández Romero lo recuerda bien.

 

Tanto como el senador Héctor Yunes.

 

Empresario el primero, delegado priista el segundo en los tiempos de esta crónica, fueron testigos de un encuentro privado tal vez definitivo para la historia de México.

 

17 de octubre de 2011.

 

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Enrique Peña Nieto y Manlio Fabio Beltrones fueron invitados a Campeche por la Fundación Colosio para presentar sus respectivas propuestas de gobierno.

 

Se especulaban divergencias entre ellos y no pocos críticos esperaban un rompimiento, con el consecuente efecto electoral de 2012.

 

Pese a esos dichos, ese 17 de octubre de 2011 viajaron juntos de Toluca a Campeche en un jet privado cuyo aterrizaje debió posponerse por problemas de nubosidad, reportó la prensa local.

 

A la hora de la comida, los dos ingresaron a un reservado del restaurante La Pigua y sólo ellos saben lo hablado y lo convenido, mientras en el área abierta al público esperaban otros políticos: Emilio Gamboa, el beltronista Marco Antonio Bernal, el propio Yunes

 

Al llevar el servicio, el propietario Francisco Hernández Romero veía a dos hombres relajados y diríase joviales.

 

–Gracias por visitar mi restaurante.

 

–¿Quién ha venido más? –oteó Beltrones.

 

–Usted –le dijo a Beltrones–: cinco veces, y tres usted, licenciado Peña… ¿Me puedo tomar una foto con ustedes?

 

–Claro –le contestaron. Beltrones posó y el anfitrión debió jalar un poco a Peña Nieto para estar juntitos los tres.

 

A PARTIR DE ENTONCES SÓLO ACUERDOS

 

Fueron horas, recuerdan los testigos.

 

Los dos hombres de Estado agotaron el temario y comprometieron la palabra antes de salir en silencio.

 

Pasado un rato, Héctor Yunes, a la sazón delegado priista, preguntó a su amigo Manlio Fabio Beltrones:

 

–¿Cómo te fue?

 

–Más o menos… –reflexionó y corrigió: – Bueno, más que menos.

 

Nada más ha trascendido.

 

Pero después de aquel encuentro Beltrones prometió no ser obstáculo para la unidad priista, adherirse a quien iba adelante en las encuestas –alusión tácita a Enrique Peña Nieto–, buscar sus propios espacios para su vida política…

 

Y no hubo duda: el candidato presidencial sería Peña Nieto.

 

Sólo ellos saben si en aquel encuentro hicieron un proyecto de mayor aliento, yo en la presidencia y tú me ayudas en la Cámara, pero vamos.

 

Y si no lo acordaron, sí fue el principio de un entendimiento con la patria y el partido de fondo y, quién lo duda, las elecciones en 12 estados del año próximo, la del Estado de México y Nayarit en 2017 y la Presidencia en 2018.

 

ALITO: GOBERNAR ENTRE LA OPOSICIÓN

 

Alejandro Moreno no llega a un gobierno tan cómodo como debiera.

 

Hasta su elección, la cual ganó con holgura, Campeche era reserva del PRI y los mandatarios de sus siglas han entrado y salido con relativa tranquilidad.

 

Moreno barrió, pero el partido no.

 

–Hay traiciones –reportaron los miembros de su campaña a la sede priista y al mando político del país.

 

Ante el riesgo de derrotas, a unas semanas de las elecciones, del centro enviaron de urgencia operadores.

 

Los emisarios hablaron con Fernando Ortega.

 

–Yo no haría eso. ¿Qué ganaría? –mandó decir e inclusive ofreció su renuncia para eliminar sospechas.

 

Si suya no era la campaña contra algunos candidatos tricolores, ¿entonces de quién?

 

Lo saben arriba.

 

Ya es tarde, porque Moreno gobernará con un Congreso de alta influencia opositora y cuatro de los 11 en manos del PAN.

 

Apostará a la negociación.

 

–Diálogo, diálogo y más diálogo. Y cuando el diálogo se agote, habrá más diálogo –prometió.

 

Lo va a necesitar este hombre cuyo arribo al poder quedó marcado por su dicho para desmentir parte de la campaña en su contra:

 

–No soy empresario ni aspiro a serlo… Soy político y un político distinto.