No parecen tantos años desde aquellos días en que un asesinato, un hecho delictivo, producía indignación en la población. En los medios de comunicación ganaban espacios y la presión de una sociedad vulnerada generaba presión en las autoridades.

 

Es algo que todavía vemos en algunas partes de la República Mexicana, donde un hecho violento sigue moviendo a todo el mundo hacia la irritación y la condena. Esa reacción social se convierte en un escudo protector que mantiene la seguridad pública como una prioridad.

 

En Yucatán, por ejemplo, hace un par de meses, cientos de personas se vistieron de negro y salieron a las calles con pancartas para protestar por el asesinato de Ema Gabriela Molina.

 

La presión social por esa sola muerte ha permitido que hoy el empresario Martín Alberto Medina Sonda haya sido vinculado a proceso por el delito de feminicidio agravado de su ex esposa, Ema Gabriela.

 

En muchas otras partes del país, un feminicidio, un asesinato, una violación, un robo o asalto es simplemente un número más. Ya no nos mueve a la conmoción. Para muchos en este país esas desgracias que acaban con familias, que destruyen la tranquilidad de las personas, que arrasan con patrimonios son simplemente una estadística.

 

Cuando matan a un automovilista en las calles de la Ciudad de México por intentar robarle el celular, la respuesta oficial es que el índice de delitos violentos ha disminuido significativamente en comparación con otras entidades. No hay más indignación, sólo otro muerto más en un semáforo.

 

Tienen que ocurrir casos que nos conmuevan hasta los huesos para que esta sociedad insensible reaccione y vuelva al menos a hablar de la inseguridad como uno de los grandes lastres de nuestros tiempos.

 

Enterarnos que ocho desalmados interceptan a una familia en su camioneta en la transitada autopista México-Puebla, a tres kilómetros de la caseta de peaje. Que no sólo roban sus pertenencias, sino que violan a las mujeres, entre ellas una niña, golpean al padre de familia y, como remate de su inhumanidad, disparan a quemarropa a un bebé y lo matan. Eso a una mayoría de personas nos llena de dolor, de rabia, de impotencia, desesperanza y miedo, mucho miedo.

 

No estoy de acuerdo con el procurador general de la República, Raúl Cervantes, quien dice que la impunidad es una percepción. Es, a mi parecer, el gran cáncer de nuestra sociedad mexicana.

 

Este caso que nos mueve de nuestra mediocre y resignada zona de confort de aceptar que vivimos en medio de la violencia nos invita a disminuirnos, a diluirnos en nuestras actividades económicas y no a movilizarnos para exigir a una autoridad que si no está rebasada, está coludida con la delincuencia.

 

¿Qué más podemos perder como sociedad si nos roban, nos violan y nos matan con esa impunidad que vimos en la autopista México-Puebla?

 

¿Qué nos queda si ya decidimos no comprar auto, no cambiar de casa, no viajar, no usar reloj, no traer dinero, no salir… qué nos queda?

 

aarl