Difícil encontrar otro himno deportivo que resalte, más que las glorias pasadas o victorias por venir, factores como estoicismo, sufrimiento, llanto, fatalidad, rematado por la frase: “¡Qué manera de morir!”.

 

 
Y es que, puestos a ello, ningún especialista en el arte del morir como el Atlético de Madrid. Condición casi endémica a esta entrañable especie, que le viene de lejos, pero que en los últimos años ha perfeccionado.

 

 
Por eso al partido de vuelta de este miércoles, en el que está obligado a consumar una de las mayores proezas en la historia del futbol, los colchoneros acuden no exentos de cierta comodidad: el martirio ha sido su segundo destino más común, sólo superado por el empecinamiento, sólo menos habitual que el levantarse antes incluso de haber terminado de caer, sólo detrás de la fe rumbo al enésimo intento.

 

 
Apenas una semana atrás, la afición del Atlético lucía más que desolada, resignada a su trágico devenir. Imposible sospechar que de la ida se saldría con tan mal resultado y tan paupérrimo desempeño. Imposible prever que llegaría a su terruño, siete kilómetros al sur de ese Bernabéu, con todo aparentemente liquidado.

 

 
Ese mismo martes comenzó el trabajo propagandístico. Diego Simeone dijo que es imposible para todos menos para el Atlético, algún jugador reveló la conjura en el vestuario: que quien no creyera en la gesta, se bajara ya de la embarcación.

 

 
Practicante de una hermética religión, portadora de un dogma, sabedora de que su peor escenario posible es el que le obliga a atacar y abrir espacios en la retaguardia, la horda del Cholo llega a esta vuelta en actitud mística. Extática a la que también le ha elevado su soberbia afición, con la sesión de vítores a la que se suplicó saliera al plantel, toda vez que el partido de liga del sábado había terminado.

 

 
Sucede, sí, que el Atlético vive la mejor etapa de su historia. Sucede, también, que desde cierto nivel de austeridad, se ha habituado a complicar la vida a los gigantes al grado de ser hoy élite europea. Sucede, además, que lo que sería un epitafio para la mayoría (perder dos finales de Champions contra el acérrimo rival, de la forma más cruel y en sólo dos años) a ellos sólo les incita a regresar con mayor fiereza. Sucede, por si no bastara, el huracán Cholo, hecho a medida del ADN colchonero. Y sucede, sobre todo, algo que describe Joaquín Sabina en el himno del centenario del club, ya referido renglones arriba: “Para entender lo que pasa, hay que haber llorado dentro del Calderón, que es mi casa. O del Metropolitano, donde lloraba mi abuelo, con mi papá de la mano”.

 

 
Con base en las diferencias presupuestales, con base en las diferencias restregadas en la ida, lo normal no es sólo que avancen los blancos, sino que incluso lo hagan tranquilos tras anotar un gol que obligue al vecino a cinco.

 

 
Y tranquilidad es, precisamente, lo que más le costará encontrar en ese caldero llamado Calderón, al Real Madrid.

 

 
Twitter/albertolati

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