Si algo caracterizó a la década de los años ochenta, en particular a su primer lustro, era la cierta inocencia que había en una sociedad que no sabía lo que era el Internet y su exceso de (des)información, ni los juegos de realidad virtual tipo Pokemón Go (no existían los teléfonos celulares) ni los excesos de las redes sociales, entre muchos otros “progresos” de la actualidad.

 

También era, en Estados Unidos, una época llena de paranoia gubernamental en la que la Guerra Fría pasaba por uno de sus momentos más complicados bajo la presidencia de Ronald Reagan, al tiempo que se desató toda una fiebre por la investigación paranormal y del fenómeno OVNI gracias a películas como Alien, de Ridley Scott; Poltergeist, de Tobe Hooper y, particularmente, Encuentros Cercanos del Tercer Tipo y E.T., de Steven Spielberg.

 

Para el cine fue una era en la que las historias todavía capturaban la imaginación, y varias de ellas giraban en torno a pequeñas comunidades que se veían amenazadas por algo desconocido, pero también en las que valores como la amistad, el honor y el amor formaban un núcleo familiar que, si bien no era perfecto, todavía se veía como la piedra angular de la sociedad. Era una época en la que todavía existía una cierta ingenuidad que, actualmente, es casi imposible encontrar.

 

 

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La manera de divertirse para la juventud de entonces era yendo al cine, viendo videos en MTV o jugando los famosos juegos de rol, como Calabozos y Dragones, que permitían la interacción y la convivencia real y física de las personas (nada de andar como zombis “cazando” Pokemones con la cabeza metida en el celular y alienados del mundo que los rodea) y, por ende, estrechar los lazos entre un grupo de amigos.

 

Lo anterior viene al caso por el estreno en Netflix, hace una semana, de una serie que, de golpe y porrazo, ya se ha convertido en objeto de culto: Stranger Things. Creada y producida por los gemelos Matt y Ross Duffer –quienes apropiadamente se firman como The Duffer Brothers–, es uno de los mejores ejemplos de cómo realizar un homenaje completo a toda la cultura pop de una época pasada, en particular a los trabajos de artistas como el propio Spielberg, Stephen King y John Carpenter.

 

A lo largo de ocho episodios, los Duffer narran la historia de una mamá, Joyce (un estupendo regreso, en excelente forma actoral, de Winona Ryder), quien desesperadamente busca a su hijo Will (Noah Schnapp), el cual fue abducido por una entidad misteriosa y peligrosa en la ficticia localidad de Hawkins, Indiana, de 1983.

 

 

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Aunque Joyce tiene la ayuda del jefe de policía del lugar, Jim Hopper (David Harbour), quienes en realidad hacen hasta lo imposible por rescatar a Will son los tres amigos de éste: Mike (Finn Wofhard), Dustin (Gaten Matarazzo) y Lucas (Caleb McLaughlin). Poco a poco los chicos van descubriendo que se enfrentan a algo sin explicación aparente, y todo cambia para ellos cuando se encuentran a la pequeña Eleven (la fantástica roba-escenas Millie Bobby Brown), hija de un misterioso funcionario gubernamental, el doctor Martin Brenner (otro icono ochentero, Matthew Modine), y quien tiene poderes de telequinesis y telepatía.

 

Con un look and feel en el diseño de producción que transporta de inmediato a los años ochenta, desde los primeros instantes se puede percibir que la serie es no sólo un homenaje al Hollywood de esa década, sino una carta de amor de sus creadores a toda esa parte de la cultura popular que marcó a toda una generación.

 

 

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Desde el logotipo de la serie (que recuerda en mucho a las portadas de las novelas de King y las películas basadas en las mismas), hasta la banda sonora creada por Kyle Dixon y Michael Stein (electrónica, minimalista, muy en el estilo de lo que hacía John Carpenter) o la música que sonaba en ese entonces (desde The Clash hasta The Bangles, pasando por Jefferson Airplane, Joy Division y Foreigner, entre otros), Stranger Things impacta no tanto por su recreación de los años 80, sino por los lazos que se van dando entre sus personajes y el crecimiento que van teniendo los mismos ante una situación desconocida.

 

 

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La serie es, desde sus primeras secuencias, un enorme crisol de referencias tanto visuales como auditivas a varias de las películas (y sus cineastas) que marcaron esa época: Alien, Estados Alterados, Doble de Cuerpo, Carrie, Poltergeist, The Evil Dead, Firestarter, Los Goonies, El Proyecto Manhattan, Pesadilla en la Calle del Infierno, Cuenta Conmigo, Depredador, La Cosa del Otro Mundo y hasta más recientes, como Minority Report.

 

Es de llamar la atención que los hermanos Duffer no vivieron la época que recrean tan atinadamente en la serie (tienen 32 años, por lo que en realidad su adolescencia la vivieron en los años noventa), pero respetan de manera muy particular el trabajo de los mencionados King, Carpenter y, en particular, de Steven Spielberg.

 

De este último no sólo hay referencias visuales a secuencias como cuando Gertie viste de niña a E.T. (incluso la misma Gertie es recordada en el aspecto de uno de los personajes), o la obsesión que tenía Roy Neary en Encuentros Cercanos acerca de un mensaje y una forma de comunicación (que aquí es representada por luces), por citar algunos ejemplos, sino también de algunas de las obsesiones del llamado Rey Midas de Hollywood.

 

 

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Para Spielberg, la figura paterna casi siempre ha sido inexistente o sirve de muy poco, dejando a la madre todo el peso emocional, y eso se refleja aquí en los personajes del padre de Will y ex esposo de Joyce; en el papá de Mike o incluso en el villano de la historia, Brenner. Al igual que en E.T., la historia transcurre en un típico suburbio estadounidense donde las familias viven el american dream de manera precaria (por los general las familias están rotas o resquebrajadas a su interior), los niños andan en bicicleta y los adolescentes descubren su sexualidad y el valor de la amistad de manera, digamos, orgánica, no apresurada. Todo eso, aunado a algunos elementos tomados de Rob Reiner (la amistad de los chicos en Cuenta Conmigo) y Richard Donner (las aventuras de Los Goonies), están presentes a lo largo de la serie.

 

Sin embargo, el punto más fuerte de la misma radica en el trabajo de su elenco, conformado prácticamente por actores desconocidos (con excepción de Ryder y Modine), y en el que son los niños los que brillan y demuestran que se puede hacer una serie o una película protagonizada por pequeños y con gran calidad. Curiosamente, Stranger Things no es una serie precisamente destinada a niños, pues tiene demasiados elementos de terror que cautivarán más a los adultos: referencias a La Cosa del Otro Mundo, Alien, The Mist, Pesadilla en la Calle del Infierno y hasta el trabajo de Guillermo del Toro en El Laberinto del Fauno, hacen una mezcla perfecta que, no en balde, ha cautivado a todos los que ya han visto los ocho episodios y la han convertido en una serie de culto.

 

Parte por nostalgia, pero más por lo inteligente y bien llevado de su premisa, Stranger Things es la serie de TV que Spielberg siempre hubiera querido hacer y no pudo. Con elementos similares también a Super 8 (el homenaje de J.J. Abrams al propio Spielberg), en sólo una semana se ha convertido ya en un fenómeno popular que va creciendo de manera inesperada. Lo mejor de los 80 está de regreso. No se la pueden perder.