Hay muchas razones externas que explican por qué México no está gozando de las mieles de lo que también en el extranjero llamaron el mexican moment.

 

Desde la gran recesión de 2009 no se han podido alinear los astros para que la economía mundial recupere su crecimiento. De hecho, las expectativas es que esto tarde mucho tiempo, y lo que es peor: que nunca se recupere aquel ritmo de crecimiento, la estabilidad y creación de empleos que se dieron a principios del milenio.

 

Le podemos echar la culpa al petróleo, a la política monetaria de Estados Unidos, a la desaceleración china, a Grecia, al Brexit, a Trump o a lo que guste y mande. Pero al final, la resiliencia de cada economía es un asunto meramente interno.

 

Tomemos el petróleo, que es uno de los grandes lastres nacionales en estos tiempos. Si desde hace tres décadas y hasta nuestros días los gobiernos hubieran sido responsables e inteligentes de entender que la dependencia presupuestal petrolera era una bomba de tiempo, habrían hecho los cambios fiscales necesarios que hoy pintarían un panorama diferente para la economía mexicana.

 

Hoy no sólo no alcanzan los recursos petroleros para cubrir el gasto público, sino que también se ha caído la producción energética de manera radical, y como añadidura tenemos a la empresa petrolera estatal con problemas de liquidez muy importantes.

 

Al inconveniente de la disminución de ingresos petroleros le sumamos, en estos años recientes, uno peor. Lo que la llamada reforma fiscal no aportó al gasto se cubrió con un gasto mayor a los ingresos y con el aumento de la deuda pública.

 

La economía mexicana no genera los suficientes ingresos con el fin de otorgarle al Gobierno federal, herramientas para reequilibrar las finanzas que descompuso con su modelo de desequilibrio presupuestal.

 

Todo esto es lo que habitualmente hace que firmas como la calificadora Standard and Poor’s (S&P) revisen sus calificaciones crediticias; en el caso de México no es una degradación, es una revisión desde una posición quisquillosa.

 

Este país puede perder durante los siguientes meses el nivel de recomendación que mantiene y ponerse en la ruta de los papeles especulativos.

 

Pero lo que más llama la atención del análisis negativo que hace de México es que el factor político está presente. Lejos de los indicadores y de los números mundiales, los riesgos de gobernabilidad son un factor para pensar en degradar a México.

 

No sólo es la cuenta corriente, sino también es la CNTE lo que pesa en el análisis. No porque hagan política partidista desde S&P. Simplemente hay miles de millones de dólares que hoy están a la espera de saber si ganan los rupturistas o el Estado de derecho para determinar si invierten o no en este país.

 

México está en la lupa de la degradación por todo lo externo, sin duda. Pero también por la economía y las finanzas internas, claro. Sin embargo, lo más destacado es que la falta del Estado de derecho, la corrupción y la violencia ya se metieron a la calificación.