Lo aceptó ante la embajada de su país: soy ladrón en la ciudad de México, sin embargo, su atuendo elegante y el viajar en autos de lujo, prestados, llamó la atención de los secuestradores.

 

Dos meses estuvo cautivo en un poblado cerca de Toluca, Estado de México, en tres ocasiones recibió palizas a manera de tortura que ordenaba “el jefe”, que lo dejaban desmoralizado y por lo que intentó suicidarse.

 

Logró escapar y llegar a la embajada de Colombia, su caso es conocido: John Jairo Guzmán Velázquez fue secuestrado en la colonia Narvarte y un ciudadano grabó el delito.

 

El 20 de septiembre de 2013, Guzmán Velázquez, de 44 años de edad,  fue secuestrado por policías de la Secretaría de Seguridad Pública del Distrito Federal (SSPDF).

 

Era un simple asaltante en la ciudad de México, acepta Guzmán Velázquez, operaba en cafeterías, restaurantes y plazas comerciales; se trasladaba en automóviles de lujo (BMW, Audi, Mercedes Benz) propiedad de otros colombianos asentados en la colonia Buenos Aires y la mercancía robada la vendía principalmente en Plaza Meave (en la zona centro de la ciudad).

 

Nunca se involucró en otros delitos como secuestro o narcotráfico, asevera en un relato al que 24 HORAS tuvo acceso.

Escucha el audio completo de la entrevista aquí

 

De sus negocios ilícitos, el colombiano reunió unos 35 mil pesos y mil dólares, aproximadamente, con lo que compró un automóvil Chevy color rojo (que es el que aparece en el video cuando es secuestrado por los policías del Distrito Federal).

 

El 20 de septiembre, aproximadamente a las 5 de la tarde con 15 minutos, cuando pensaba ir al cine con una de sus compatriotas, entregó el BMW que regularmente usaba para “trabajar”.

 

Cuenta que se subió al Chevy y al llegar a la Avenida Cuauhtémoc  es interceptado por una patrulla de la policía capitalina. Le cerraron el paso hasta detenerlo. Luego de solicitarle los documentos, le piden que se baje del automóvil y les entregue un baúl que lleva consigo.

 

Los oficiales, dice, le piden que se suba de nuevo al vehículo. Un policía toma el lugar del piloto y otro se sube atrás, pero al no poder arrancar el vehículo otro policía le dice que se baje y lo tratan de forzar.

 

John Jairo relata que intenta escapar y los policías comienzan a golpearlo hasta subirlo a otro vehículo. En ese automóvil viajan cinco personas y John Jairo va entre los pies de los ocupantes traseros, recibiendo patadas por todo el cuerpo.

 

Aproximadamente una hora y media después cambian de automóvil y unos 20 minutos más tarde llegan a una finca. John Jairo supone que es por el rumbo de Toluca, Estado de México.

 

En ese lugar pasa dos meses en cautiverio y recibe tres golpizas que le revientan los cachetes, la nariz. Con una bolsa de plástico lo torturan asfixiándolo, le dan puntapiés en las costillas, golpes con un bate de beisbol de aluminio. Finalmente le piden dos millones de dólares para dejarlo en libertad.

 

Sus captores presumen que por haberlo visto en autos de lujo, John Jairo es una persona con muchos recursos económicos. John Jairo les confiesa: “Soy ladrón y les pido perdón si les he robado algo”.

 

En un cuarto con tres camas y un baño, John Jairo pasa dos meses secuestrado. A los ocho días de su captura, llegan otras personas, le cubren la cara y recibe otra golpiza. Así tres veces durante los 60 días que permaneció encerrado en esa finca.

 

El 25 de septiembre se comunica con su familia en Colombia (vía mensaje de texto) y le pide a su esposa que venda la casa, el auto, que pida prestado a sus parientes y familiares más cercanos. Pero no alcanza  a juntar, según sus cuentas, ni 45 mil dólares. Tres veces le manda mensajes a su esposa pero nunca recibe respuesta.

 

Días después, el  5 de octubre, otra golpiza. “Ese día sí me sentí morir. Me dieron una madreada con un bate de beisbol de aluminio, me pegaban desde el cuello hasta los tobillos, me decían que mi esposa no había entregado nada, nunca supe si se comunicaron con ella. Dos veces me levanté y dos veces me sentí morirme”.

 

“Nunca supe quién me pegaba, a los captures a veces los veía, a veces no, por ejemplo cuando entraba al baño. Siempre fueron los mismos, los reconozco por la voz. Les pedía que si me iban a matar no me torturaran, pero decían que el patrón quería torturarme”.

 

John Jairo recuerda con desagrado, que siempre le obligaban a comer comida mexicana muy picante y que durante su cautiverio solamente se pudo bañar en tres ocasiones.

 

En un par de ocasiones intentó suicidarse en el baño. Pero se ganó la confianza de sus dos captores y comenzó a hacer la limpieza de la casa: barría, trapeaba y lavaba los trastes. Eso le permitió estar por momentos sin esposas y una noche se dio cuenta que estas fallaban y se abrían con cierta facilidad.

 

Aprovechando la madrugada del lunes 18 de octubre abre sus esposas, se desata el vendaje que tenía en las piernas, sale gateando de la habitación y se escapa por la ventana, brinca una reja y cruza un río.

 

Inmediatamente después ve una gasolinera, unos policías federales le preguntan por su estado y, desconfiado, les dice que fue asaltado y los oficiales le dan 50 pesos. John Jairo toma un taxi, que por cierto no le cobra, y lo deja en la terminal de autobuses de Toluca donde compra un boleto, de 48 pesos, a la ciudad de México.

 

En la terminal de Observatorio le dice al taxista que no tiene dinero y que necesita llegar a Paseo de la Reforma, a la embajada de su país.

 

Así fue como John Jairo Guzmán Velázquez, escapó de sus captores para llegar a la Embajada de Colombia en México. Nunca recibió ayuda de ninguna autoridad local, estatal o federal.

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