¿De dónde viene la nobleza? ¿quién puede ostentar un título nobiliario?

 

El enriquecimiento de la burguesía trajo como consecuencia que ésta emulara en elegancia y en lujo a las familias más importantes de Europa. Ahí nace el concepto del snob, aunque es en Oxford dónde muchos factores indican que se terminó de acuñar.

Se utilizó para distinguir a los alumnos con título nobiliario de los qué nacieron sine nobilitate. Los snobs son aspirantes a algo, simuladores. No carecen de todo pero alardean de lo que no tienen. Se quedan cortos pero hacen todo lo posible por aparentar que más bien les sobra lo importante.

 

El término es despectivo y se refiere a aquellos que aparentan pertenecer a un estrato social al que no pertenecen, siempre a través de la adquisición de obras de arte o una cultura aparente y sin fundamento. Es un término marcadamente clasista en su sentido original. La banalización a la que nos tiene sometidos la sociedad moderna le ha dado al término una connotación muy distinta, la palabra se ha snobisado, de alguna forma. Pero no es únicamente el sector que acuña el término snob el que cae en el clasismo, si no el snob mismo, puesto que es un personaje que niega sus orígenes y lucha por borrarlos a partir de vestimentas elegantes, arte, arquitectura, etc… Es interesante ver como el mismo snob tiende a negar su origen.

 

Hay clásicas conductas del snob, hay una clara tipificación de sus características. Aquel que pretende ser y no es, ese que persigue el ideal de la vida millonaria y perfecta, rodeada de elementos que emulen a la vida de la aristocracia. La vida del snob es aquella que dictan los preceptos de la alta sociedad, pero sin los recursos para alcanzarla verdaderamente.

 

Además de tanta gravedad clasista, el término también ha tenido un sentido jocoso. The Book of Snobs se escribió para retratar a estos personajes, ridiculizarlos y satirizarlos teniendo una clara conciencia de que hasta los mejores hombres pueden caer en el snobismo. El autor -William Makepeace Thackeray- hace un fiel y simpático recuento de su convivencia con los sonbs, de los tipos de snobs que existen; nombra a los snobs notables de la sociedad en un tono humorístico y crítico:

 

Now let us consider how difficult it is even for great men to escape from being Snobs. It is very well for the reader, whose fine feelings are disgusted by the assertion that Kings, Princes, Lords, are Snobs, to say ‘You are confessedly a Snob yourself. In professing to depict Snobs, it is only your own ugly mug which you are copying with a Narcissus-like conceit and fatuity.’ But I shall pardon this explosion of ill-temper on the part of my constant reader, reflecting upon the misfortune of his birth and country. It is impossible for ANY Briton, perhaps, not to be a Snob in some degree. If people can be convinced of this fact, an immense point is gained, surely. If I have pointed out the disease, let us hope that other scientific characters may discover the remedy.*

 

Según las observaciones de William Makepeace Thackeray, muchos podemos ponernos el saco del snob. Muchos habremos, por ejemplo, deseado juntarnos con algún ricachón, sacarnos fotos junto a personajes famosos, con los cuales, por cierto, compartimos –o creemos compartir- cierta empatía, nos sentimos orgullosos al mostrarlas a nuestros amigos (quienes aspirarán envidiosamente a ser tan snobs como nosotros). La literatura norteamericana también, con un carácter de crítica social, ha retratado a personajes notablemente snobs.

 

Breath Easton Ellis dibuja constantemente personajes absorbidos por el ideal no alcanzado del sueño americano, ya truncado por el excesivo y frustrante consumismo que promovió una cultura carente de nobleza. El pueblo norteamericano, brillantemente asentado y poderoso, ha tenido que sufrir las consecuencias de esa obsesiva promoción del consumo que ahora mismo está perforando pozos petroleros. Y hay que aceptar que el ideal norteamericano promovió la generación de una sociedad que constante y equívocamente desea emular a los ricos. Y para ilustrar este clásico carácter de la literatura norteamericana que apunta a la crítica de este estilo de vida, tenemos una cita de Bret Easton Ellis, de la novela Lunar park:

 

“En el artículo de Talk, se había tildado mi hogar de macMansión: más de ochocientos metros cuadrados ubicados en una zona residencial adinerada y floreciente donde el número 307 de Elsinore Lane ni siquiera era el edificio más grande de la comunidad sino que se limitaba reflejar la prosperidad general del vecindario. Según una página de elle decor mi casa era de estilo ecléctico global minimalista con acento español pero con elementos de un château francés de mediados del siglo y un toque del modernismo de Palm Springs en la década de los sesenta (intenta imaginarlo: no era un concepto de diseño que todos pudieran entender)”

 

En Estados Unidos, según una nota de pie de página del mismo Bret Easton Ellis en Lunar park, se le llama McMansión peyorativamente a un estilo arquitectónico barato y masivo que emula los estilos tradicionales de las mansiones más grandilocuentes, pero sin preservar sus fundamentos culturales. Es decir, una Mcmansión es en E.U. el perfecto habitáculo para un snob.

 

La clase noble, la más clasista de todas, esa misma que en un tiempo nombró snobs a aquellos que en un tiempo intentaron emularla, cultura de títulos nobiliarios y placeres vanos, a veces francamente aburridos y dispersos, a veces incluso obscenos y siempre injustos socialmente hablando, es en realidad la fundadora histórica del culto al plástico que avasalla desde hace siglos a Occidente y sus cada vez más numerosos emuladores. Una nobleza más bien cándida en el recuerdo de los trajes peliculescos y las pieles blancas, las historias cachondas de la corte, la belleza auténtica, los palacios, los bailes, los jardines, las joyas, la fama, el glamour …Y al final… ¿quién no quiere ser rico?

 

Si en algún momento el término tuvo una connotación que se cernía sobre cierto grupo social, actualmente abarca una mancha de clases mucho más amplia, pues va desde los “nuevos ricos”, hasta la clase media baja. Ciertos estratos, pues, no pueden entretenerse en banalidades. El fenómeno snob se ha propagado como un fundamento de la cultura de persecución de la riqueza y su emulación. Cabe pensar si el término no casa a su vez con lo Kitch, aquello que imita vanamente la perfección artística, o si se quiere, lo cursi, lo falso sublime. El término ha tenido éxito y ha estado de moda, tanto así que en nuestros días tiende a permanecer, con un desgastado sentido. La palabra snob le ha dado nombre a muchos antros, centros de farándula, moda y demás fruslerías comerciales, le ha dado nombre a cierto tipo de muchacho al que le gusta presumir…

 

El snob es un personaje ya clásico de la cultura anglosajona y sus mejores ejemplos están en ella. En El rey Arturo y sus caballeros de la tabla redonda ya hay rastros del personaje simpático que toma la prestada la posición de la nobleza. En Las Diabólicas, libro muy censurado en su época, Barbey retrata a una serie de personajes –masculinos y femeninos- envueltos en el aburrimiento de su burguesía snob y un tanto pervertida. No podemos olvidar que en el aun fresco siglo pasado, Boris Vian, para conservar esta afirmación de que la cultura anglosajona cultivó la figura del snob, lo encuadra en situaciones desencajadas, digamos, de su estilo habitual. Su vida, como la vida de cualquier ciudadano dotado de menor talento, es una vida rodeada de personajes altamente criticables por su falsedad y afectación. Muy célebre es la interpretación que de la canción“Je suis snob” hiciera Nacha Guevara en una adaptación de Alberto Favero.

 

A finales del siglo XIX y a principios del XX creció en México esta peculiar “clase”, sobre todo en el Centro capitalino, y en un lugar especial: el Jockey Club, situado en la avenida Plateros, hoy Madero, cuyo edificio ocupa el Sanborns más emblemático de aquella cadena comercial. En el Jockey Club se concentraban los apellidos de linajes y poderes indudables: los Escandón, los Landa, los Creel… Ostentosos, opulentos, aquellos aristócratas tenían de qué hacer alarde. Contaban con inmensas fortunas y con las mejores y más redituables relaciones en el gobierno de don Porfirio. Pero presumían demasiado en una vertiente: eran unos afrancesados radicales. Si contaban con dinero bastante para importar ropajes y perfumes y vinos y licores de Francia y de otros países, su francés era más bien insatisfactorio, y sus modales eran una imitación de los de la vida cortesana gala. Por eso eran unos esnobs. Tenían, y mucho, pero no tanto. O, dicho de otro modo, tenían pero no eran.

 

Muchos años después la Ciudad de México tuvo otro centro esnob: la Zona Rosa, sitio que anunciaba que el cambio había llegado. Minifaldas, pelos largos, motos y autos último modelo, galerías, cafés… Como si de pronto el primer mundo hubiera llegado al D.F. Habían sido superados los tiempos de los rebeldes sin causa, y ahora la rebeldía parecía tener siempre razones. Los de la Zona Rosa eran cuates (no existían aún los ‘chavos’) que se oponían al establishment y se acercaban a las vanguardias.

 

En sus calles, en sus galerías y en sus cafés desde luego que se dio un vida cultural valiosa, pero los esnobs florecieron mucho más, como es lógico, que los verdaderos artistas. Ser snob se convirtió entonces en ser copia de los habitantes de San Francisco o París, ser un existencialista por la ropa negra y el sobaqueo de libros. Pronto en las axilas de los lectores aquellos, en vez de Sartre o Camus, aparecieron El tercer ojo o los primeros libros de José Agustín, autor que, por cierto, se reía de los esnobs a mediados de los sesenta. Los esnobs serían contradichos por los activos miembros del movimiento del 68, que menos a la moda que aquellos, menos apegados a ciertas vanguardias que venían a ser viejas ya, fueron empujando cambios que llevarían también a alterar el cuadro taxonómico.

 

En los barrios snobs han desaparecido los fresas y los reventados a favor de los cultos y los artistas, los hipsters, los emos, etc. La sensibilidad brota tanto como las grúas de tránsito. Estos snobs saben un poquito de todo, pero en el mejor de los casos son enciclopedias en blanco: están las entradas, pero no los contenidos. Ser esnob es casi siempre estar a la moda, pero estar a la moda también puede ser ir contra la moda. Lo más revelador de un snob quizá esté en su lenguaje, en el que abundan los nombres conspicuos, las referencias vacuas. La moda que prefieren los esnobs siempre se centra en las cuestiones intelectuales y artísticas. A veces se extiende a otros campos, como el político o el deportivo. Ser snob puede ser pretender ser un ‘progre’ y no haber pisado el Zócalo o irle a los pumas y no haber chutado un balón.

 

 

*Rowena Bali es conductora de Radio Ibero, novelista y editora de la revista Cultura Urbana, su blog es In a Row y su twitter @rowenabali