El primer prejuicio que rodea a María Sharapova es el mismo que la convirtió en la deportista con mayores ingresos: su belleza.

 

Prejuicio que suele meterla en un saco que no le corresponde. Saco encabezado por Anna Kournikova, quien nunca ganó nada, tan distinta a la brillante trayectoria de Masha: una de las 10 tenistas en la historia que se coronaron en cada uno de los torneos de Grand Slam, a lo que debe añadirse su medalla Olímpica.

 

Es decir, que sus ingresos superiores a los de sus colegas, se explican por una apariencia física tan valorada por el machismo y occidentalismo de las campañas publicitarias: la de la modelo eslava, rubia y alta, de facciones finas y piernas largas. No así, su sitio en el tenis, con tantos títulos grandes como la legendaria Martina Hingis y dos menos que una gigante como Venus Williams.

 

El segundo prejuicio emergió a inicios de 2016, con el dopaje positivo por una sustancia que se había prohibido unas semanas atrás. Fue de tal impacto la entrada del meldonium a la lista negra de la WADA, que a lo largo de ese año más de 500 atletas mostrarían rastros del medicamento. Es decir, era tan común su uso que numerosas federaciones de quejaron de la forma en que fue vetado y llegaron a exonerar a varios de quienes lo consumieron en los primeros tres meses. Según algunos expertos, tan repentino aviso ni siquiera dio margen para que el cuerpo de quienes lo consumieran, quedara libre de trazas.

 

Ante toda apelación, lo que Sharapova consiguió fue una disminución en su castigo y que la WADA admitiera que la tenista pudo ingerir meldonium sin saber que desde hacía tres semanas ya no era admitido. Como sea, fue suspendida por quince meses; más grave aun, regresó con tal estigma que no recibió invitación para disputar Roland Garros y fue sometida a descalificaciones varias (“Es una tramposa y para mí, no creo que a nadie así, en ningún deporte, se le deba permitir competir de nuevo”, decía Eugenie Bouchard).

 

Por omisión o por sacar ventaja, Sharapova cometió un error y sería absurdo presentar una apología de cualquier dopaje.

 

Dicho lo anterior, resultó evidente que su caso fue evaluado con mayor dureza por ser rusa y coincidir en el tiempo con el escándalo de dopaje de Estado en su país, esquema al que es ajena: ha pasado buena parte de su vida residiendo y entrenando en Estados Unidos, lo que no quita el orgullo que sienten por ella sus compatriotas o el rol que desempeñó como primera antorchista en la apertura de Sochi 2014.

 

Tras su sanción, recibió su primer wild card para acudir a un torneo de Grand Slam. El US Open declaró que “en consistencia con prácticas anteriores, la invitación se ofrece a anteriores campeones del certamen que lo requieren para calificar al torneo principal”.

 

Estará en el país en el que ha vivido desde la adolescencia, pero Sharapova lo tendrá muy complicado. Belleza y dopaje se mezclarán permanentemente con una especulación: que sin su impacto publicitario y fisonomía de modelo, no habría sido invitada.

 

Esa misma belleza que no le sirvió para ganar sus títulos. Esa misma belleza que no le sirvió para eludir la sanción, por discutible y politizada que a muchos especialistas pareciera.

 

Twitter/albertolati

 

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