Los restos atribuidos a la monja mexicana Sor Juana Inés de la Cruz (1651-1695), llamada “Fénix de América” y “Décima Musa” por ser la más grande figura de las letras del período colonial hispanoamericano, ya reposan, ahora para la eternidad, en el hoy ex convento de San Jerónimo, donde vivió durante cerca de un cuarto de siglo.

 

A las cuatro de la mañana del domingo 17 de abril de 1695, víctima de una epidemia dejó de existir en una de las celdas del convento quien viera la luz poco más de 43 años atrás, en San Miguel Nepantla y quien fuera bautizada con el nombre de Juana Inés de Asbaje y Ramírez de Santillana. En el sotocoro, sitio cardinal, descansa el féretro de la poetisa.

 

El sarcófago de madera fina con sus restos hizo, la noche de ayer, un último recorrido por el espacio donde durante poco más de 26 años Sor Juana se dedicara, en el recogimiento de la vida religiosa, a desarrollar su inmensa obra poblada de endechas, redondillas, liras, romances, décimas, glosas, sonetos, villancicos y otros valiosos textos prosísticos.

 

También, reflexiones teóricas y textos dramáticos, composiciones musicales y hasta uno que otro experimento científico y de artes culinarias, desde que en 1668 se enclaustrara, para siempre, para no tener ocupación alguna obligatoria que embarazase la libertad de su estudio ni rumor de comunidad que impidiese el sosegado silencio de sus amados libros.

 

De acuerdo con Roberto Ruiz Guadalajara, docente de la Universidad del Claustro de Sor Juana (UCSJ), la procesión previa por patios y jardines del inmueble “fue inmensamente significativa, sobre todos para quienes en la cotidianeidad de nuestras labores, habitamos y transitamos por los espacios que fueron habitados y transitados por Sor Juana”, señaló.

 

La procesión inició en el patio del gran claustro, junto al asta bandera, y concluyó en el sotocoro del ex convento de San Jerónimo que de esa manera recuperó su privilegiado carácter de ser el recinto sepulcral de Sor Juana, después de tantos años que han pasado desde los trabajos de excavación que condujeron al descubrimiento de sus restos óseos.

 

“El sotocoro era el espacio en los conventos destinado a acoger en sagrada sepultura a las monjas. En este ex convento de San Jerónimo se realizaron excavaciones arqueológicas, en tres etapas que culminaron en 1981, con el fin de localizar y exhumar restos de la comunidad monjil. En los coros alto y bajo se detectaron seis niveles de enterramientos”.

 

Tras lo anterior, Ruiz Guadalajara informó que ahí, las fosas estaban distribuidas en seis filas y siete hileras, dando un total de 42 fosas. “La mayoría de los entierros explorados en el área del coro bajo presentaron claras evidencias de haber sido amortajados, con restos de ramos y coronas de novicia como parte de su atuendo funerario”, dijo luego.

 

También se localizaron esqueletos con algunas excepciones. El más notable pertenecía a una mujer adulta enterrada con su hábito de gala, no estaba amortajada ni tenía corona o ramo; portaba un medallón de carey en forma oval y un rosario. Por eso se infirió que fue la persona que gozó de mayor prestigio en ese grupo religioso, nadie más que Sor Juana.

 

Durante el recorrido, las campanas del ex convento repicaron. Tocaron a duelo con el ritmo característico del tañido del convento en tiempos de Sor Juana. Un ritmo en el que los sonidos se fueron escandiendo en el aire del crepúsculo preñado de nostalgia, en dos campanadas largas y una corta; desde la época virreinal, cada iglesia tiene su propio tañido para tan triste ocasión.

 

En la primera parte del recorrido, el féretro fue transportado por estudiantes de la Universidad del Claustro de Sor Juana (UCSJ), quienes son parte de los becarios de excelencia y que por sus méritos académicos obtuvieron ese privilegio.

 

En una segunda etapa del camino de retorno hacia el que tantos años fuera su último destino, un grupo destacados de egresados de esa universidad y que actualmente trabajan en esa casa de estudios, recibieron ese pequeño ámbito de eternidad en el que Sor Juana duerme perpetuamente. A lo largo de la vía, una valla humana la saludó con una rosa roja.

 

“Siendo las rosas las flores favoritas de Sor Juana Inés de la Cruz, no podíamos dejar de poblar con su presencia esta ceremonia dedicada a la poeta que con tanto tino, en sus versos, le cantara”, dijo a Notimex el docente Roberto Ruiz Guadalajara, quien además de gozar de la simpatía del estudiantado, ayer se reveló como un muy valioso sorjuanista.

 

Al avanzar en su recorrido, la procesión pasó por las ruinas que se encuentran al lado del sotocoro. En el momento en que el féretro fue depositado en su última estación, se dejó escuchar un repicar intenso, como símbolo del festejo que las campanas celebraron por el matrimonio místico de la célebre monja jerónima al encontrar, por fin, perenne sepultura.

 

El féretro llegó al vestíbulo del sotocoro, y una vez dentro, fue colocado en el nicho que se preparó especialmente para la ocasión, en el fondo del cual se lee un breve texto de la monja: “triunfante quiero ver al que me mata/y mato a quien me quiere ver triunfante…”. El nicho se selló con un cristal templado y así permanecerá hasta el Día del Juicio final.

 

Con el depósito de los restos atribuidos a la poeta novohispana en el ex templo de San Jerónimo, se cumplió la propia voluntad manifiesta de la religiosa en su testamento:

 

“Primeramente, ofrezco mi ánima, cuerpo y vida a Dios Nuestro Señor, que la creyó y redimió con su preciosa sangre; y cuando su Divina Majestad fuere servido de llevarme, quiero ser sepultada en la parte y lugar que se acostumbra sepultar a las religiosas profesas, que lo han sido de este dicho convento”

 

Luego y como parte de la ceremonia, se dio lectura a la “Oración fúnebre a Sor Juana Inés de la Cruz”, de Octavio Paz, texto fue leído originalmente por el Nobel de Literatura mexicano el 17 de abril de 1995 en el ex convento de San Jerónimo, en ocasión de los 300 años de la muerte de la Décima Musa.

 

Finalmente, se interpretó música novohispana a cargo del Ensamble Barroco de Solistas de la UCSJ, la Pequeña Cantoría y el Coro Virreinal Rita Guerrero. El primero ofreció el programa “Sor Juana y su música”, con obras compuestas a partir de los versos de la poeta por autores de los siglos XVII y XVIII, entre ellos Juan de Araujo y Roque Cerutti.

 

Para concluir con las actividades, cuyo programa de ayer duró alrededor de cuatro horas, fue reinaugurada la Celda Contemporánea, espacio que se dedica a la exhibición de arte contemporáneo, donde dialogan los vestigios del ex convento con las propuestas creativas actuales, y que fue sometido a trabajos de rehabilitación y equipamiento por parte de la UCSJ.