Más Negro que la Noche (Dir. Henry Bedwell)

 

Usualmente tímido, con tendencia al reciclaje o la copia vil, el terror es un género que el cine mexicano no ha sabido abordar, o al menos no con la soltura y la gracia de otras cinematografías en el mundo. Salvo honrosas excepciones (el trabajo de cineastas como Fernando Méndez, Juan López Moctezuma, o las recientes obras de Rigoberto Castañeda y Jorge Michel Grau), el cine de terror mexicano se ha relegado a destellos momentáneos, algunos incluso de éxito comercial, pero nada que hable de un renacimiento del género ni mucho menos.

 

Tal vez por ello no sorprende la reciente moda de hacer remakes a la filmografía de uno de los pocos directores mexicanos de culto que tiene el género, Carlos Enrique Taboada, quien en su prolífica carrera realizó varios filmes que con el tiempo alcanzaron el título de clásicos.

 

Empero, aquella tendencia iniciada con el remake de Gustavo Moheno (Hasta el viento tiene Miedo, 2007) seguido de Julio César Estrada (El Libro de Piedra, 2009) y ahora continuado por Henry Bedwell con Más Negro que la Noche, confirma no sólo el pobre entendimiento que tienen los cineastas mexicanos sobre las claves, el ritmo y los modos del buen cine de terror, sino que además corrobora nuestra torpeza al intentar hacer copias, ya no digamos a películas de otras latitudes sino incluso con las de casa.

 

Y es que, de los tres remakes que se han hecho al cine de Taboada, no se hace uno, y curiosamente, todos padecen más o menos de lo mismo: una deficiente construcción de atmósferas, la necesidad enfermiza por lo explícito sin dejar espacio para la ambigüedad, lo pobre de las actuaciones y una ineptitud crónica en el intento de estos tres directores por emular aquellas insinuaciones sexuales con las que Taboada impregnaba su obra.

 

Esto último es particularmente notorio en la recién estrenada versión de Más Negro que la Noche; la nueva cuarteta de disolutas muchachas -la darketa Pilar (Eréndira Ibarra), la ingenua Greta (Zuria Vega), la junkie Victoria (Ona Casamiquela) y María la intelectual (Adriana Louvier)- son apenas una puesta al día del reparto original (Claudia Islas, Susana Dosamantes, Helena Rojo y Lucía Méndez, ahí nomás) pero sin el jugueteo lúdico/sensual de un Taboada que retrataba a sus chicas con faldas cortas o de plano enseñando los chones en divertida escena donde las cuatro se prueban el vestuario abandonado en la vieja casona que una de ellas acaba de heredar. Bedwell titubea entre esconder la piel o entregarse al sexploitation más básico, dilema imposible en el cine de Taboada.

 

La historia permanece casi intacta: a la muerte de su tía Ofelia, Greta se vuelve heredera universal de sus bienes, incluida la enorme y lúgubre mansión donde vivía. Todo ello sujeto a una sola condición: que cuide a Bécquer, el felino mascota de la tía Ofelia y que era su completa adoración a pesar de tratarse de un gato negro.

 

Esta es la primera cinta mexicana de acción viva filmada en 3D y habría que reconocer que, al menos desde el punto de vista técnico, el truco está muy bien logrado, creando cierta sensación de profundidad inmersiva en los planos, un elemento interesante para las escenas de terror. El problema es que dichas escenas no sólo no dan miedo sino que resultan en su mayoría en clichés ya vistos cientos de veces en un clásico relato de casa embrujada con el agravante de que en cada cuarto pareciera montarse un capítulo de Scooby Doo.

 

Cero y van tres. La esperanza es que con esta nueva pifia dejen descansar en santa paz a Carlos Enrique Taboada, quien no dudo se les aparezca en las noches -como alma en pena- a todos aquellos cineastas que han profanado tan vilmente su obra.

 

Más Negro que la Noche (Dir. Henry Bedwell)

2 de 5 estrellas.