La tercera cinta en la saga de Los Juegos del Hambre: Sinsajo Parte 1 es, por mucho, la más interesante hasta el momento y a la vez la más decepcionante. Sí, esa contradicción es posible.

 

El gran tema de la saga es la rebeldía, en este caso, contra de un estado totalitario; pero es hasta esta tercera parte que el guión se permite decir algo interesante al respecto y no quedarse simplemente con el romanticismo de la rebelión donde los malos son muy malos y los buenos son muy buenos.

 

Aquí -¡al fin!- hay matices, hay ideas, hay incluso un comentario sobre cómo es que hasta el disenso se puede convertir en un producto manufacturado y mercadeable.

 

“La revolución es como una llama que necesita avivarse” dice Plutarch Heavensbee (el ya finado Philip Seymour Hoffman, a quien está dedicado el filme), verdadero protagonista de esta cinta y que utilizará la popularidad de Katniss Everdeen (Jennifer Lawrence) para convertirla en el símbolo de la revolución contra el Capitolio y el presidente Snow (Donald Sutherland).

 

Pero las revoluciones no se alimentan únicamente con ideales: una buena campaña de marketing acompañada de una figura carismática, fuerte y bien peinada, siempre ayudan. Es por eso que Plutarch realiza una serie de spots subversivos para así llamar a los demás distritos a unirse a la rebelión.

 

La revolución, dice esta cinta, se fragua en estudios de televisión, con pantallas verdes, maquillaje, vestuarios, photoshop y emotivos discursos que hagan de la lucha algo atractivo (muy al estilo de Starship Troopers, de Paul Verhoeveen).

 

La revolución sí será televisada. En algún punto de la película los rebeldes se hacen incluso de un himno (francamente pegajoso) que acompañará a las tropas civiles hacia la muerte segura cuando -por ejemplo- atacan las instalaciones eléctricas del Capitolio o cuando cuasi se inmolan para escapar de los soldados de blanco (unos stormtroopers más sanguinarios, pero menos cool) del Presidente Snow. L

 

a revolución necesita de efectos especiales y producción antes que ideas. Quienes busquen escenas de acción se quedarán esperando. De hecho, en esta entrega de  Juegos del Hambre hay de todo, menos Juegos del Hambre.

 

Y es que la batalla ya no sucede en aquellos agrestes campos en los que los jóvenes competidores luchaban por su vida hasta la muerte; ahora la guerra se dirime en las pantallas de TV mediante las cuales el Capitolio transmite sus amenazantes mensajes disfrazados de entrevista con Peeta Mellark (Josh Hutcherson) o de mensajes a la nación.

 

Y es justo aquí donde la película se vuelve decepcionante porque, dado que esta “primera parte del tercer acto” no es más que una división artificial hecha para sacar más dinero, es claro que el director Francis Lawrence junto con su equipo de guionistas necesitan quemar tiempo, y lo hacen a partir de diálogos casi todos innecesarios, llenos de explicaciones y en el mejor de los casos aburridos, dejando en claro que todo esto bien pudo terminar en una sola película sin necesidad de tanto parloteo.

 

Jennifer Lawrence queda relegada a mostrar todo el tiempo la misma cara de asombro: cuando ve en la pantalla al demacrado Peeta, cuando sale al distrito 12 para ver la destrucción, cuando va al hospital y ve a los heridos, cuando -otra vez- ve en la pantalla al valeroso Gale (Liam Hemsworth) jugarse el pellejo.

 

Así, esta manufactura del disenso tendría que ser consecuente en su cuarta y última parte, mostrando que de uno y otro lado hay intereses, política, matices; o que como bien dice Plutarch Heavensbee, “hasta las causas más nobles se pueden torcer”, o volverse -como en este caso- un blockbuster de palomitas y refresco.