Refugios uno para el otro en tiempos convulsos, Vladimir Putin y Joseph Blatter se dedicaban emotivas palabras. La sede de la próxima Copa del Mundo era respaldada y aparentemente asegurada. Uno por uno emergían los nombres de cada selección en el Palacio Konstatin de San Petersburgo y la totalidad de la eliminatoria tomaba forma.

 

Dentro del benévolo escenario que representa clasificarse en Concacaf, emergió el peor de los escenarios para México. Un grupo pre-Hexagonal que, muy posiblemente, incluirá dos visitas tan hostiles como Honduras y El Salvador, más la Canadá de Benito Floro que en la Copa Oro ya dio alguna seña de progreso.

 

No, no estamos hablando de los sudamericanos que deben de competir contra Argentina y Brasil, contra el campeón Chile y la Colombia de tantas estrellas, contra el histórico Uruguay y los innumerables candidatos a cenicienta. rusiaTampoco de esas llaves europeas que obligarán a Italia o España, a Holanda o Francia, a ir a repechaje. Nos referimos a algo muy distinto porque Concacaf es distinta y, para bien o para mal, aquí nos tocó jugar.

 

Escribo estas líneas antes de la Final de la Copa Oro, porque su devenir y resultado no deben de influir en la reflexión relativa al momento Tricolor, a sus angustias y pendientes, a sus errores y horrores.

 

Si la Selección Mexicana desea pasar un par de años en paz y no sufrir como lo ha hecho en las últimas dos rutas mundialistas, está en un momento adecuado (tarde es siempre si no se actúa) para cambiar muchas cosas, al menos para meditarlas y analizar cómo remediarlas. Dicho lo anterior bajo el entendido de que ni hoy son tan malos ni un año atrás, al salir de Brasil, eran tan buenos.

 

Será una eliminatoria que obligue al Tri a hacer cosas que le cuestan mucho trabajo en tiempos recientes: sumar puntos como visitante y tener serenidad en casa, ser impecable en defensa (¡el maldito balón parado!) y contundente en ataque, generar variados caminos a la portería contraria y no ser predecible, poseer un amplio acervo de futbolistas porque ni con once ni con catorce basta en tan dilatado trayecto.

 

Cuatro años atrás, esta fase no pintaba muchísimo más favorecedora para México, aunque sí el entorno relajado al inicio de la era Chepo. Costa Rica, El Salvador y Guyana, sometidos a ida y vuelta, se convirtieron en seis partidos saldados con triunfo. El problema vino después en un Hexagonal en el que apenas se logró totalizar una tercera parte de los puntos en disputa, con dos escasas victorias (en Jamaica y la agónica en el Azteca ante Panamá) y la resignación a que todo sinodal nos producía malestares.

 

En el futbol, como en cualquier actividad de la vida, nada tan peligroso como una espiral de desconfianza. Justo el temible punto en el que se atascó el proceso de Brasil 2014, justo el sitio en el que estamos ahora, en vísperas de arrancar rumbo a Rusia 2018.

 

Crisis que por principio de cuentas es, no nos engañemos, de futbol: de la cantidad de valores que surgen, de la manera de localizar y desarrollar su talento, de su canalización al máximo nivel, de sus posibilidades en el torneo local y su intrincado salto a Europa, de su engranaje con los que ya están en la primera línea. Crisis, por ende, que no se limita a los once que alinean, aunque con su bagaje abría de bastar para remediar los enredos planteados por Concacaf.

 

Aliados en tiempos convulsos, Blatter y Putin se juraron amor eterno. Separados en tiempos no menos complicados, la afición y selección mexicana tendrán mayores problemas para reencontrarse.

 

@albertolati

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