Para mí, el ángulo lúdico de La pena máxima (Alfaguara, 2014), de Santiago Roncagliolo, fue haber podido sincronizar su lectura con el Mundial de Brasil. Dos antagonismos, Videla y Cristina, o si se prefiere, Morales Bermúdez y Ollanta Humala, generan cuatro gobiernos disímbolos en Argentina y Perú, respectivamente. Lo mismo sucedió con Messi y Kempes. Dos estilos de gobiernos antagonistas; el de Messi, dependiente de Xavi e Iniesta, más democrático, más conciliador. El de Kempes, con Ardiles, Bertoni y Larrosa. Lástima que los barceloneses no jugaron para Argentina en Brasil. Messi no sabe hacer las veces de dictador en la cancha como Maradona. Ni modo.

 

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Pero el epílogo sorpresivo, non fiction, lo aportó el destino feliz que Estela de Carlotto, presidenta de las Abuelas de la Plaza de Mayo, encontró con el descubrimiento de su nieto, secuestrado durante la dictadura militar encabezada por Rafael Videla. Cuarenta años atrás, Estela se desempeñaba como maestra cuando los generales le secuestraron a su hija y su nieto quedó en el limbo, la zona sagrada del dictador en la que decidía romper con el determinismo genético de bebés recién nacidos.

 

Sinceramente son muchos los ángulos lúdicos que articula Roncagliolo, en su novela, donde el futbol se convierte en ornamento espectacular de la deleznable presidencia de Videla.

 

La tragedia y el placer cohabitan en el absurdo. La banalidad es el híbrido de la cotidianidad.

 

Uno se pregunta cómo fue posible que la entonces FIFA permitiera la celebración del Mundial bajo un ambiente dictatorial. El estadio del River, sede de la final, no se encontraba demasiado lejos de la Escuela de Mecánica de la Armada (ESMA) en donde se escenificaban torturas y macabras rupturas en el determinismo genético. Quienes lo vieron, tragedia y placer frente al flaco Menotti al recibir condecoraciones en manos del dictador Videla.

 

El Mundial de futbol, ¿un sedante? ¿Sería imaginable que el pasado Mundial de Brasil se hubiera organizado con un Getúlio Vargas como presidente?

 

Roncagliolo crea al protagonista de su novela, Félix Chalcatana, para desmenuzar la narrativa de la dictadura concatenada a los partidos de la selección de Perú en el Mundial del 78. De bajo perfil y con indicios de un conformismo de vida burocrática, es decir, patética, Chalcatana hace de su oficina su universo de vida. Por azares del absurdo su futuro se tuerce por la muerte que le rodea.

 

El Perú costumbrista de finales de los setenta, hoy es un referente mojigato de una época cuadrada en lo religioso como en la política. La red Cóndor como la mafia que trafica a bebés. Lo sabe Estela de Carlotto hoy. Lo sufrió y durante casi 40 años luchó por alcanzar la misión imposible. En junio de 1978 nació Guido de Carlotto en el Hospital Militar de Buenos Aires, capital de la dictadura. A su madre sólo le dejaron estar con él durante cinco horas. Roncagliolo la esboza en la parte alta de las instalaciones de la ESMA. Ahí, con el rostro cubierto, y a poca distancia del estadio del River, escuchaban la narración triunfal de Argentina campeón. En un cuarto apartado se encontraban las embarazadas. El ejército, heroicamente, se encargaba de destruir vidas.

 

La pena máxima vincula ese tipo de rupturas a través de una pareja de chinos que, desde Perú, recibe el obsequio de Videla: un bebé.

 

Los generales peruanos también trataban que aprovechar los regalos del dictador.

 

Santiago Roncagliolo escribió los mejores textos de la sección del periódico El País del pasado Mundial. Quienes lo hayan leído estarán de acuerdo conmigo. Su músculo literario y su pasión por el futbol jugaron a favor del Perú que no asistió al Mundial. Una grata sorpresa.

 

Para mí fue un deleite el compaginar el mordisco de Luis Suárez con los recorridos laberínticos de Félix Chalcatana; el fantástico partido de Bélgica contra Estados Unidos con el amor imposible de la madre de Chalcatana. El tiempo es el mejor aliado de la memoria. Así, la cotidianidad no es juego torpe de la banalidad. Roncagliolo logró en La pena máxima el equilibrio literario para combinar los tics de la dictadura con las simpáticas andanzas del pobre Chalcatana que termina doctorándose en el área detectivesca.

 

Qué mejor final que el de Estela de Carlotto. Buen final de una novela negra que la que termina con el partido entre Argentina y Holanda con Kempes de matador.

 

Ya espero el Mundial de Rusia para leer a Roncagliolo, en formato ficción o realidad. De ser posible, en la sección negra de Deportes.