Imagine la cara que puso Donald Trump cuando leyó, seguramente en Twitter, que la empresa armadora automotriz Ford decidía retirar la línea de producción de su modelo Focus de Michigan para llevárselo a China.

 

No sólo es una decisión que corre en contra de una de sus principales políticas de campaña de hacer grande a Estados Unidos otra vez, a través de recuperar los empleos que se fueron al extranjero.

 

Más allá de esto, unos días antes de llegar al poder se llenó la boca al anunciar que Ford había decidido cancelar sus inversiones en México, concretamente en San Luis Potosí, para llevarse la producción de vuelta a territorio estadounidense.

 

Y efectivamente, ahí quedó una estructura incompleta, una inversión millonaria tirada a la basura para complacer a Trump.

 

La nueva dirigencia de la empresa automotriz decidió que su modelo Focus no se hará ni en Michigan ni en San Luis Potosí, sino en China. A la Casa Blanca le van a jugar el dedo en la boca con el argumento de que harán coches más costosos en territorio estadounidense y a los mexicanos no parece que les importe dar alguna explicación.

 

El punto es que esta misma empresa, Ford, que con su salida de México en enero nos costó parte de la enorme devaluación que tuvimos en esos días, ahora podría estar haciéndonos un favor.

 

Con su actitud mercantilista, esta emblemática compañía estadounidense involuntariamente le dio un valor al concepto norteamericano.

 

Es falso que con esta medida Ford sólo deja México. Para que se puedan ahorrar los mil millones de dólares que pretenden, deben cambiar a la mayor parte de los proveedores.

 

Construir en México obliga, porque así lo dice el Tratado de Libre Comercio de América del Norte, a que la mayor parte de los componentes sean de la región. Pero si se va a China, se acabó esa regla.

 

Si Washington sigue presionando a más empresas para que salgan de México para supuestamente regresarse a Estados Unidos, no serán pocas las que mejor desvíen el camino hacia el continente asiático, con la certeza de que con China nadie se mete.

 

Así que con un poco de sentido común en la Casa Blanca entenderán que la mano de obra mexicana, mucho más barata que la estadounidense, es un activo que se debe acompañar de reglas más estrictas del origen de los componentes.

 

Porque si Ford Motor Company, que le besó los pies al Presidente electo, Donald Trump, decide irse a China con este producto, cualquiera lo puede hacer obligado por los altos costos que le impone el obligado regreso a Estados Unidos.

 

México, pues, perdió otra inversión, pero puede ser con el provecho de lograr que se refuerce la conveniencia del concepto de integración regional.

 

Por lo pronto, que alguien le acerque un antiácido al Presidente de Estados Unidos, que no lo debe estar pasando nada bien con el ridículo que le hizo hacer la emblemática empresa Ford.

 

aarl