Vivimos en un mundo donde ya es prácticamente imposible ocultarse. La tecnología de consumo se ha convertido en un instrumento que se mete literalmente a la intimidad de todos.

 

Gracias a los llamados teléfonos inteligentes y demás dispositivos digitales con conexión a internet los mercadólogos al servicio de las grandes corporaciones comerciales tienen acceso a nuestros gustos, hábitos de consumo, intereses… analizando la “megadata” derivada de los motores de búsqueda y nuestros contenidos e interacciones en redes sociales.

 

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A través de esos dispositivos, muchos de ellos móviles, la gente también se entera, informa, denuncia y opina en torno a la coyuntura del mundo. El poder de la gente trasciende fronteras muy a pesar del establishment global y de los gobiernos locales.

 

Nadie escapa a la posibilidad de ser grabado en una conversación o videado o fotografiado. Mucho menos una figura pública. Hoy en día, quien padezca una pasión patológica por el poder debe estar consciente de que su labor será severamente escudriñada y editorializada por la opinión pública.

 

Pero no sólo será escrutada y calificada, también será señalada, denunciada y exhibida. Habrá una persecución intestina ante cualquier abuso y exceso a través de twitter, Facebook, Instagram y demás redes sociales que cada vez más se consolidan como la fuente más importante de información y de comunicación en el mundo, y en México no es la excepción.

 

Da la impresión de que el Gobierno federal no sabe como contener el desencanto social, las manifestaciones de hartazgo de un pueblo ofendido por el saqueo, por la impunidad y por la corrupción; por políticos acostumbrados a “marranearse” en la cúspide del poder mientras el pueblo se acostumbraba a comer frijoles con agua y a ser pastoreado por los medios y la iglesia.

 

Hoy, la gente es menos dócil. A diferencia del pasado hoy la gente tiene una ventana al mundo llamada internet no sólo para informarse del acontecer global sino para denunciar ante el mundo la clase de liderazgos obscenos que persisten en una economía con asiento, voz y voto en la OCDE.

 

Denunciar que en el subsuelo del país hay más muertos sin identificar que petróleo, que la corrupción es tolerada y legitimada “desde arriba” abriendo heridas por las cuales sangra el país en beneficio de unas cuantas sanguijuelas, llamados políticos, que se valen de la impunidad y la complicidad como anticoagulantes para alimentar su insaciable necesidad de robar.

 

Un trend topic en Twitter exigiendo renuncias de gobernantes no hace la revolución pero si es una clara muestra de la efervescencia nacional que ya no tolera demagogia, incompetencias, complicidades, abusos y excesos de los políticos.

 

Denuncias de jefes de Gobierno y delegados que tienen el paisaje urbano de la Ciudad de México muy parecido al de Katanga debido al saqueo de recursos, negocios ilícitos y corruptelas; gobernadores que endeudan a sus estados para enriquecerse hasta lo obsceno; funcionarios públicos que ejercen con claro conflicto de intereses; partidos políticos que no representan más que los intereses enlodados de sus líderes… todo eso nutre a diario Twitter y Facebook.

 

Pero no sólo está la denuncia de la gente, los usuarios llaman a la acción. Empieza a notarse una suerte de punto de convergencia que está a nada de convertirse en acto de organización social. En términos sociales, la tecnología de consumo parece que ha evolucionado al “dócil” y ha dejado en la obsolescencia al político marrano que no sabe cómo ocultar su trompa en el lodo.

 

Este año fueron muy notorias las iniciativas pagadas por parte del Gobierno que derivaron en portadas de revistas americanas y los reconocimientos internacionales a funcionarios que no han entendido que ya no estamos en los años setenta. Hoy están en escrutinio mundial en tiempo real. En menos de tres meses pasaron de ser los “Revolucionarios de México” al hazmerreír de las economías emergentes serias.

 

Las redes sociales son el amplificador del verdadero “sonoro rugir del cañón”: El poder de la voz de la gente.