La corrupción es, a juicio del Presidente, una condición humana atizada en México por el factor cultural. Los niños crecen viendo a sus padres dando una ‘lana’ para estacionarse en un lugar prohibido, o para evitar una infracción o para conseguir algún beneficio en un momento determinado.

 

Los niños crecen viendo a los tianguis como puntos de venta comunes en el paisaje urbano. Mercados que ofrecen mercancías de contrabando, robadas o pirata. Y los hijos de esos vendedores de productos ilegales crecen viendo cómo es necesario darle una ‘lana’ a ‘líderes sociales’ o inspectores delegacionales para poder operar sus puestos.

 

tianguis

 

Los niños que han sido educados por décadas en entornos así crecen con la falsa creencia que la gente tienen ‘el derecho’ de vender mercancía ilegal en una economía informal, simplemente porque así ha ocurrido de manera normal durante toda su vida.

 

Sin lugar a dudas todos buscamos generar riqueza para satisfacer nuestras necesidades y poder forjar un patrimonio. Para muchas personas el fin -de lograr esta acumulación- justifica los medios.

 

Sin el ánimo de trenzar una polémica filosófica, antropológica y/o existencial, la dinámica de la corrupción es -y ha sido- un fenómeno de observancia mundial tanto a nivel de ejecución práctica como a nivel de señalamiento moral.

 

Hoy en día es evidente que la principal diferencia entre la corrupción de un país y otro está determinada por su nivel de desarrollo académico, es decir la calidad de su sistema educativo y el promedio de escolaridad. Por qué? Pues por que la educación, en una vorágine de adoración a lo material, está sofisticando las formas de robo sin pretenderlo.

 

Los mayores desfalcos financieros -delincuencia de cuello blanco- que han desquiciado los mercados del mundo no han tenido su epicentro en México. Se han dado en mercados en los que el ‘capitalismo deshumanizado’ -aquel en el que la pasión por lo material es de corte patológico- y el consumismo exacerbado -ese que crea ‘necesidades innecesarias’- .

 

Paradójicamente algunos de esos mercados cuentan con evolucionados sistemas de educación que, por las necesidades de mercado y apetito financiero de las empresas, la academia pareciese que forma feroces mercenarios y/o multitud de empleados calificados -profesionistas-  para un mundo que genera muy pocos empleos.

 

En la prensa nacional y extranjera hay multitud de casos públicos de ejecutivos extranjeros -y también mexicanos- que están junto con la iniciativa privada y/o autoridades enredados en temas de corrupción.

 

Los escándalos de corrupción en países con Estado de Derecho sólido suelen acabar en juicios y penas ejemplares. En México no. En el país la dinámica del corrupto y el corrompido sigue aceitada por el lubricante de la impunidad.

 

Así, con una ausencia total de cultura de la legalidad, un estado de derecho corrompido y una educación pobre, no es de extrañar que gente de la iniciativa privada como políticos y funcionarios del sector público sean burdos, obscenos y cínicos -marranos y trompudos pues- en lo que ha robar se refiere.

 

En México pareciera que para muchos funcionarios el precio del desprestigio es poca cosa si hay oportunidad de robarse dinero de las arcas públicas o prestarse a actos de corrupción con la iniciativa privada. Esa también es una consecuencia de una educación que valora la pretensión y el poder por sobre todas las cosas.

 

Y el tema también se vuelve nítido si se observa y compara el nivel de liderazgos políticos de cada país. Sin duda todos los país tienen un grado de corrupción pero no es lo mismo ver cómo hay gobiernos que cuando tienen un presupuesto de $100 para hacer una carretera la realizan con $85 y ‘pierden’ $15 en temas de corrupción, y como hay otros que cínicamente la hacen con $15 y ‘hacen perdidizos’ $85.