Los almacenes y cadenas comerciales más grandes del país, en pleno septiembre, ya empezaron a “vestir” de Navidad sus pisos. Sí, han empezado a desplegar ofertas de fin de año antes de que concluya el verano.

 

Con esta frenética ansiedad han iniciado una ofensiva comercial que busca presionar el consumo en un México con un deprimido índice de confianza del consumidor.

 

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Allende los datos oficiales que hablan de una caída de 0.28% durante agosto pasado en dicho indicador, el verdadero índice de confianza del consumidor lo marca la zozobra con la cual vive la gente empleada en sus tambaleantes fuentes de trabajo.

 

Y es que nadie tiene su trabajo seguro en un país donde las proyecciones de crecimiento se reajustan siempre a la baja decepcionando a propios y extraños.

 

Además, hoy en día, los que pueden recurrir a una tarjeta de crédito ya no están tan dispuestos a hacerlo pues, además de las altas tasas de interés que cobran los bancos y el aumento de incidencia de fraudes vía este medio de pago, la autoridad ha eliminado el secreto bancario en aras de fiscalizar que los ingresos declarados al fisco por las personas sean proporcionales a sus egresos a través del uso de la tarjeta.

 

Ante un escenario así lo único que tienen las grandes tiendas es empezar a sacar las ofertas navideñas para que convivan con las de Halloween con el fin de adelantar las ventas de fin de año.

 

México así se convierte en una especie de escenario de El extraño mundo de Jack (A Nightmare Before Christmas), película de Tim Burton en la cual Jack Skellington, un líder natural en el mundo de Halloween, desea que su pueblo viva la magia de la Navidad, la cual él pudo conocer por una mera casualidad.

 

En esa historia Jack tuvo la buena voluntad de hacer que las cosas fueran distintas en su mundo oscuro y gris, donde todas las siniestras criaturas estaban felices en ese contexto y ninguna hacía nada para cambiar su tétrica realidad. Al final de ese intento bien intencionado todo fue un caos hasta para el mismísimo Santa Claus.

 

Bueno, pues pareciera que en lo económico México se ha hecho oscuro y gris. Hay un contexto bizarro donde diversos fantasmas, espectros y demonios se han soltado opacando la sonrisa del público consumidor creando un escenario espeluznante.

 

A diferencia del liderazgo bienintencionado de Jack Skellington, en el país se toman decisiones que lastiman, perjudican, inquietan y alborotan a la población. La gente que lo puede hacer consume menos. La gente que no puede consumir ya tiene aún menos dinero para gastar.

 

Si nos vamos a los números, el esquema emprendedor más exitoso es el “comercio informal”. Por ejemplo, los ropavejeros, quienes hasta hace algunos años iban por las colonias comprando colchones, lavadoras, estufas o fierro viejo en triciclo, ahora ya recorren las calles en Pick Ups equipadas con parlantes y grabaciones, en un claro mensaje de que ellos no tienen que ocultarse de la autoridad.

 

Esos señores, al igual que los tianguistas y todo comerciante informal deben pagar impuesto sobre sus ganancias (ISR), una exigencia que, más allá de una apelación a los principios de justicia y equidad, es una necesidad económica y de competitividad que urge satisfacer en México.

 

Todos estos señores son los que están felices en un mundo oscuro y gris. Un mundo ilegal atizado por líderes políticos, solapado por delegados y diputados locales, válvulas de escape para un sistema incapaz de generar los empleos que necesita el país pero, que muy convenientemente es, a la vez, una llave suministradora de corruptelas.

 

Todos los que están emprendiendo negocios en el ambulantaje, en puestos de mercaditos sobre ruedas, puestos ilegales de comida, y cualquier actividad ilícita (incluidos los funcionarios y servidores públicos embarrados en la corrupción) fortalecen ese mundo gris y oscuro.

 

Un México en gama de grises gracias a esas actividades que, si le sumamos la derrama económica que dejan el crimen organizado, la piratería, las remesas que los connacionales que viven en Estados Unidos envían al país… se puede afirmar que la economía es ya mayoritariamente informal.