La corrupción e impunidad en México, el cinismo con el que políticos de diversa monta incurren y fomentan la ilegalidad como forma de administración pública para lucrar con ella, son temas que un buen número de medios nacionales y extranjeros documentan casi a diario.

 

Ante ello, la ciudadanía se escandaliza y hace patente su rabia en conversaciones con amigos, reuniones sociales, pláticas con compañeros de trabajo, en comentarios dejados en redes sociales y en los reportes publicados por los sitios de noticias en línea más serios… Pero todo queda en eso: en el intercambio de intrascendentes opiniones viscerales.

 

Las marchas, mítines y plantones son, por lo general, parte de la misma pantomima política: lidercillos sociales que buscan sacar beneficios del sistema político a partir de su “don” de “hipnotizar serpientes”: pastorear gente que, a cambio de prebendas de poca valía, dan sus gritos, vituperios y vandalismo para ficticiamente cuestionar otra parte del mismo sistema político.

 

No, a diferencia de las opiniones de muchos incautos, no se trata de movilizaciones sociales honestas que generen cambios porque ni son auténticas, ni representativas, ni sustentadas, y porque, irónicamente, sirven sólo de “válvula de escape” para aliviar la presión del “gas metano” que genera toda la basura que a diario entierra un sistema político cimentado en la simulación, la corrupción y la impunidad.

 

Bueno, así las cosas, si la mayoría somos así: ciudadanos que no queremos o no nos atrevemos a propiciar el cambio exigiendo contundentemente rendición de cuentas a un delegado, a un legislador, a un gobernador, a un Presidente… a cualquier funcionario público, ¿por qué no actuamos a partir de nuestro círculo de influencia real?

 

¿Por qué no exigimos que el funcionario público cuestionado -que esté metido en sospechosos actos contrarios al interés comunitario- se incomode en lugares públicos? Imagine expulsarlo a él y a sus familiares de un restaurante a punta de gritos. O qué, ¿a algún lector le agradaría la idea de departir sentado en un lugar con “ratas” o “marranos”?

 

Y si no se retira del lugar -sigamos imaginándonos en ese restaurante- seamos los comensales quienes pedimos la cuenta y abandonamos por completo el lugar. En ese escenario la llegada de un político sucio a un establecimiento podría llegar a ser la peor de las maldiciones.

 

Lo mismo en una obra de teatro, o en un evento deportivo o en una plaza comercial… De lo que se trataría es de reducir a la categoría de excreta intestinal, despojo gástrico pues, la presencia de un político de procederes corruptos, inoperantes, oscuros, sucios.

 

El paisaje urbano es cada vez más deleznable: garabatos vandálicos por todos lados (pomposamente denominados grafitis), banquetas y carpeta asfáltica destruidas, mala iluminación, licencias de construcción irregulares, mafias de comercio informal y comida insalubre, inseguridad… ¿Y los delegados qué hacen?

 

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La Ciudad de México es, sin duda, bella. ¿Yo me pregunto por qué el Jefe de Gobierno no pone en orden a los delegados? ¿Por qué no los OBLIGA a procurar TODOS los prados, parques y camellones de cada demarcación? A embellecer a esa reina llamada Ciudad de México.

 

Me pregunto a diario ¿por qué los delegados no reparan y pintan banquetas? ¿Quién les dijo que la llamada hierba mala y la basura son ornamentos en prados y camellones? ¿A dónde canalizan el presupuesto destinado a ese mantenimiento en cada demarcación?

 

El paisaje urbano es cada vez más deleznable: garabatos vandálicos por todos lados (pomposamente denominados grafitis), banquetas y carpeta asfáltica destruidas, mala iluminación, licencias de construcción irregulares, mafias de comercio informal y comida insalubre, inseguridad… ¿Y los delegados qué hacen?

 

¿Y si el Jefe de Gobierno en vez de pugnar irresponsablemente por un incremento en el salario mínimo en el Distrito Federal -lo cual desencadenaría una hecatombe inflacionaria- en un dramático despliegue de sentido común, impulsara el que cada comercio y hogar repare su banqueta, pinte  y elimine grafitis de su paredes a cuenta de su cuota predial?

 

Sin duda la Ciudad de México sería un lugar más agradable para vivir si los ciudadanos, mediante acciones que evidencien desprecio, rechazo y animadversión, ponemos en su lugar a nuestros empleados más ineficientes y decepcionantes: todos los funcionarios públicos y políticos cuyo desempeño despida el desagradable tufillo característico de la parte norte de un puerco que anda hacia el sur.