Una mujer –“priista’’ se apresuraron a aclarar los morenistas- arrojó huevos a Andrés Manuel López Obrador cuando se retiraba de un mitin en Huatusco, Veracruz.

 

Uno de los proyectiles acertó en la cabeza del tabasqueño, justo el día en el que se dio a conocer un video –otrooo- de la diputada veracruzana Eva Cadena, en el que asegura que es la diputada federal de Morena, Rocío Nahle, quien le “arrima’’ el dinero a López Obrador.

 

El huevazo le dio el pretexto ideal al dueño de Morena para victimizarse, pero, sobre todo, para evadir una explicación lógica, sustentada en verdades y no en consignas, sobre el hecho irrefutable de que sus cercanos están constantemente involucrados en temas de dinero ilícito.

 

López Obrador es el único político que se da el lujo de evadir cualquier respuesta a un requerimiento de información serio con su consabida frase: “No te respondo porque eso te mandaron a preguntar los de la mafia del poder’’.

 

En sus respuestas no hay argumentos sólidos para defender a sus colaboradores; de Eva Cadena dijo que no era corrupta y luego cuando salieron más evidencias guardó silencio.

 

Con René Bejarano –quien ha dicho que él debió tragarse solo el escándalo para no perjudicarlo-, López Obrador lo desconoció al igual que a su secretario de Finanzas en el Gobierno del DF, Gustavo Ponce, encarcelado por un breve periodo, luego de haber sido visto en Las Vegas apostando como millonario.

 

La esencia del discurso del tabasqueño es el combate a la corrupción; ningún mexicano podría estar en contra de ello.

 

Pero bien ha aprovechado el descontento social en el país para mezclarlo con un discurso simplón, lleno de buenas intenciones que todos queremos escuchar, pero sin un fundamento claro de cómo es que llevaría a cabo la transformación que propone.

 

Y las dudas aumentan cuando su gente sigue lucrando sin que él aparentemente se dé cuenta.

 

Mmm….

 

La Asamblea Legislativa del otrora DF sigue sin determinar las reformas electorales que permitirán, en 2018, la elección de alcaldes –hoy delegados- y concejales equiparables a los regidores en cualquier otro estado.

 

Dos propuestas hay en el debate: la primera, que se vote por planillas y que el partido que gane la elección se lleve 60% de los concejales.

 

El resto se repartiría entre los partidos dependiendo de la votación obtenida.

 

La otra es que la votación se dé por circunscripción territorial y que los habitantes de cada una tengan la opción de votar por un alcalde y la fórmula de concejales que le acompaña.

 

La diferencia con la primera propuesta es que tanto en el caso del alcalde como de los concejales, ganaría el candidato que más votos haya obtenido en las seis circunscripciones, es decir, por mayoría simple, lo que en opinión de algunos diputados obligaría al partido triunfador a negociar la “gobernanza’’ del territorio.

 

Mientras los diputados locales de la CDMX no se pongan de acuerdo en esta reforma electoral –por cierto, sujeta a la resolución de la Corte sobre la nueva Constitución de la Ciudad-, los partidos no hacen nada.

 

aarl