Desde luego, si el Presidente de Estados Unidos, Donaldo Trump, monta un circo, le crecen los enanos. Las sospechas de que Rusia pudo haber ayudado a que Trump pudiera ganar la Presidencia del país más poderoso del mundo, comienzan a convertirse en evidencias.

 

Primero fueron las supuestas reuniones que Trump y sus asesores mantuvieron con personas cercanas al Kremlin durante la campaña electoral. Se trató de una campaña ríspida donde conocimos cómo sería Donaldo como Presidente. Tal vez ya algunos no se acuerdan, pero ridiculizó repetidas veces a su contrincante Hillary Clinton; pero también a las mujeres y a niños con problemas intelectuales y a ciudadanos que venían de otros países, pero que habían hecho sus vidas en la Unión Americana. Así podríamos seguir por ríos de tinta inacabables.

 

Luego comenzó el supuesto hackeo ruso para influir en que el actual inquilino de la Casa Blanca llegara al poder. Y fue a partir de ahí, entre su incontinencia verbal y la locuacidad de algunas de sus personas cercanas, cuando comenzó a vislumbrarse que la sospechas se estaban haciendo evidencias.

 

James Comey fue una de las primeras víctimas. Trump le había otorgado uno de los cargos más relevantes de su administración. Fue director del FBI. Pero duró poco, demasiado poco para que la opinión pública mundial sospechara de esas supuestas relaciones peligrosas entre Putin y Trump.

 

El ex director del FBI había confirmado, punto por punto, las presiones que sufrió por parte del presidente Trump, por la investigación rusa. Comey habló de las reuniones, correos y otras evidencias que sacaban a la luz pública esas relaciones. Trump no se esperaba que su hijo pródigo se convirtiera en un traidor. Finalmente lo mandó al ostracismo.

 

La trama rusa abrió una nueva brecha. El fiscal general, Jeff Sessions, quiso inhibirse de este delicado caso. Sus presiones eran tan demoledoras que pidió la renuncia.

 

Las sospechas tomaban cada vez más forma. La última ha sido muy reciente, tal vez demasiado. El hijo mayor de Donaldo Trump, Donaldo Trump Jr., habría sido informado desde principios de junio de 2016, cuando todavía no habían concluido las primarias, de que Rusia estaba tratando de influir en los comicios estadounidenses. Según The New York Times, Trump Jr. habría recibido esa información a través de un correo electrónico. Al parecer, hubo reuniones y contrarreuniones con abogadas cercanas al Kremlin en las que incluso se habrían abordado temas sensibles relacionados con su contrincante Hillary Clinton.

 

El Zar Putin, que es uno de los estrategas más importantes de las últimas décadas, sabe de la inconsistencia y vulnerabilidad de Trump. Conoce cada movimiento y cree que puede manipularle a su antojo. Tal vez lo que no calibró es que una cosa es Trump y otra muy distinta, las piezas que mueven los hilos del poder en Estados Unidos. Contra ellos no pueden influir. Tampoco contra la mayoría de mandatarios mundiales que saben quiénes son Putin y Trump.

 

Por muchas veleidades de Donaldo y mucha fuerza de Putin, la comunidad internacional no va a permitir que Rusia desequilibre el orden mundial; y eso que lo está haciendo con Siria o Ucrania.

 

Con Putin y Donaldo hay que actuar más como policía que otra cosa, para que sean buenos chicos.

 

caem