Estábamos en el hermoso recinto que fue, hasta hace algunos años, la sede del Senado de la República.

 

Su salón de plenos volvía a la vida y las curules las ocupaban los constituyentes que habrán de redactar la Constitución de la Ciudad de México.

 

Se percibía la emoción y el destanteo del primer día de sesiones. Se abrazaban viejos amigos. En primerísimas filas –si llega a haber catorrazos, seguro les tocan– se ubicaron, a la izquierda, Clara Jusidman y Ana Laura Magaloni, y hacia el centro, Beatriz Pagés.

 

Unas filas atrás aparecían Alejandro Encinas y doña Olga Sánchez Cordero; y unos pasos más allá, Armando Ríos Piter, Jesús Ortega y Katya D’Artigues, codo a codo; Jaime Cárdenas y Miguel Ángel Velázquez, a su espalda.

 

En la zona de la derecha, entreveradas las generaciones, Santiago Creel, Roberto Gil Zuarth, Juan Carlos Romero Hicks, Gonzalo Altamirano Dimas.

 

Al centro, en las filas intermedias, el mandamás parlamentario de los priistas, César Camacho, y a su lado, con una buena barba, Raúl Cervantes. Unas filas más al fondo, Alejandra Moreno Toscano y Hugo Eric Flores.

 

Pero los rostros que más llamaban la atención estaban en la tribuna: Ifigenia Martínez, Huberto Batis, Javier Jiménez Espriú, Porfirio Muñoz Ledo.

 

La sesión aún no iniciaba. Augusto Gómez Villanueva todavía no ingresaba al salón para hacer sonar la campanilla. En esos momentos se vivía tan sólo el bullicio del primer día, de lo que sería la primera sesión de la Asamblea Constituyente.

 

Y mirando aquellos rostros de la mesa de decanos –octogenarios y nonagenarios entre los que se decidió quién debía presidir la Mesa Instaladora del Constituyente– no me cupo duda: Muñoz Ledo era el personaje ideal para encabezar los trabajos.

 

Varias razones: fue Porfirio –junto con Ifigenia– el primer senador de oposición en la historia de nuestro país (por el naciente PRD en 1988) y su curul estaba precisamente en este recinto que ahora recibía a los constituyentes.

 

Cómo olvidar, además, que a él se le atribuye la primera interpelación a un Presidente de la República (a Miguel de la Madrid) durante un Informe de Gobierno; o el gran discurso con que, también desde la oposición, responde al Tercer Informe de Gobierno de Ernesto Zedillo.

 

Su imagen de oposición, pues –y sobre todo ahora que ya no forma parte de ningún partido, sino que llega a la Asamblea designado por el jefe de Gobierno–, era mucho más acorde a lo que es hoy la Ciudad de México: una urbe progresista, gobernada por un ciudadano impulsado por una fuerza de izquierda.

 

 

Y no lo que al final de cuentas ocurrió: que el PRI se hizo del espacio y puso ahí a Gómez Villanueva.

 

¿Era necesario que el PRI arrebatara ese lugar? ¿Ganó algo con eso? ¿Creen los tricolores que se han ganado ese espacio en la ciudad? ¿Que Gómez Villanueva nos representa?

 

La verdad es que, con esa decisión, los priistas no sólo se vieron voraces, sino que generaron malestar y echaron a los leones al que fuera el primer secretario de la Reforma Agraria.

 

GEMAS: obsequio de Alejandro Encinas: “Solicito licencia temporal, (como senador de la República) hasta el 31 de enero, para dedicarme de tiempo completo y de manera exclusiva a ayudar a construir una buena Constitución para la urbe y para los habitantes de la Ciudad de México”.