El cielo ya oscureció y aunque hace mucho frío, dos mujeres toman asiento en la fuente de la Plaza de la Soledad, en el corazón de la Ciudad de México, a la espera de que llegue alguno o varios clientes para sacar el gasto de la semana.

 

 

“Vamos a ponernos a trabajar, a ver si aquí hay algo de talón, porque no ha querido caer nada. Ahí viene uno…”, expresa Carmen, quien luce un pronunciado escote con la esperanza de llamar más la atención.

 

 

Carmen, Lety, Esther y Ángeles sobrepasan los 50 años y son las protagonistas de “La Plaza de la Soledad”, el documental que tras un recorrido en festivales internacionales estrenará la fotógrafa Maya Goded este 5 de mayo en las salas de México.

 

 

Durante una hora 25 minutos, las sexoservidoras muestran al espectador su día a día en el trabajo y fuera de él. Se les ve acudir con una amiga para que les ponga uñas postizas y les delinee la ceja.

 

 

En otro momento, consultan a una lectora de cartas para que les adivine su futuro; vacían su bolsa repleta de condones. Una de ellas celebra que por fin la van a bautizar; otra practica el “streptease” que hará frente al cliente y se prueban los nuevos vestidos que adquirieron para verse guapas.

 

 

Después de observar el cepillo con el que arregla su cabello todos los días, Lety reza frente a un altar donde yacen sus santitos y la Virgen de Guadalupe, a la que le pide cuide de sus compañeras para que no sean agredidas.

 

 

Esther acompaña a una joven que acude con el médico para que le haga un ultrasonido porque se convertirá en madre.

 

 

En una fonda, donde degustan una gordita de chicharrón, la joven platica que abusaron sexualmente de ella y de su hermana cuando apenas eran unas niñas. Ni su madre ni su padre lo saben. Además, desde hace tiempo descubrió que le gustan las mujeres.

 

 

 

“Vende caro tu amor, aventurera”, se escucha en el ambiente, mientras que a bordo de una camioneta las mujeres corean aquella de “mi vida no tiene remedio, perdida ya estoy en este medio maldito de amargura y dolor. Amor de cabaret que no es sincero, amor de cabaret que se paga con dinero”.

 

 

 

Mientras reposa en una cama cubriendo su cuerpo desnudo con una sábana blanca, una mujer platica a Maya Goded que recién conoció a un hombre, es más chico que ella, quizá de 45 años.

 

 

A él le dijo que no le gusta que la besuqueen porque le salen roñas en los labios, o granos, para que le entienda mejor. El galán en cuestión le responde que hay mujeres que se dejan hacer de todo y que ella es diferente. Por eso quedó en que le iba a llamar por teléfono para ver si continúan frecuentándose.

 

 

Son mujeres con cicatrices en el cuerpo y en el alma. Mujeres que de niñas fueron ultrajadas, que se convirtieron en madres a muy temprana edad, que abortaron sus embarazos, o ya nacidos, perdieron a sus hijos.

 

 

Padecieron o padecen enfermedades de transmisión sexual, viven en la pobreza y aunque la sociedad las rechaza, sacan fuerzas quién sabe de dónde para levantarse todos los días y seguir adelante con la esperanza de ser felices y hallar a su compañero de vida transformado en amor.

 

 

Una de ellas, con el rostro desencajado, opina que “todo esto es una farsa, un ambiente tan hostil y tan duro porque los clientes han matado a mis compañeras. He visto cómo sufren con ellos y para mí un cliente es un loco psicópata que desea satisfacer sus bajos instintos”.

 

 

Algunas lamentan su oficio y otras, en apariencia, lo disfrutan como Lety, quien a carcajadas platica que un cliente le pegó, se robó su dinero y después, terminaron juntos.

 

 

“La Plaza de la Soledad” es el resultado de un trabajo que Maya Goded realiza desde hace 20 años, primero con la publicación, en 2006, de un libro que muestra imágenes en blanco y negro de las sexoservidoras.

 

 

Para lograr este documental, la fotógrafa convivió con ellas durante cinco años, de día y de noche. Se convirtieron en amigas, al grado de que fue madrina de Carmen en el día de su boda.

 

 

“Llevo más de 38 años en este oficio y el día que me muera quiero que mis cenizas las tiren aquí, porque aquí es donde soy yo misma, donde no tengo que fingir nada ni tengo que sonreír a nadie si no quiero. Para mí esta es mi casa y las mujeres son mi familia”, dice una de sus protagonistas casi en el cierre de este trabajo fílmico.