Hace unos días revisábamos con gran interés la entrevista a la arquitecta francesa Anne Lacaton por Anatxu Zabalbeascoa en el diario El País titulada “El fin de la arquitectura debería ser siempre mezclar a la gente”, en la que defiende un trabajo respetuoso con lo que existe para reinventar la ciudad.

 

Con este proemio, y a propósito de la responsabilidad de formar arquitectos o de la razón de ser de las escuelas de arquitectura, semestralmente se reitera la convicción de que un ciclo de conferencias es una herramienta muy efectiva para tal propósito. En este periodo iniciamos con Buro V, un despacho de arquitectura formado por el recientemente fallecido Javier Jiménez Trigos, buen arquitecto, docente y amigo al que recuerdo con gran aprecio, y el arquitecto Francisco Luna.

 

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Se trató de una amena charla desde su práctica profesional como colectivo que viene a cuento mencionar en lo que toca al “abrirse paso” en un medio laboralmente complicado. “Está muy bien promover la cultura de los concursos, pero no se puede olvidar -y menos en las escuelas de arquitectura- la cultura del arquitecto emprendedor, así lo comentamos, off the record, con relación al proyecto que promueven desde hace más de varios meses para una renovación del Mercado de la Colonia Escandón, en la delegación Miguel Hidalgo.

 

¿Los arquitectos podemos y/o debemos promover proyectos públicos? La pregunta cabe y es muy pertinente tomando en cuenta el tamaño de la ciudad y su consecuente problemática, por decir lo menos, amén del aludido tema laboral, de la anhelada ley de proyecto público y de infinidad de asegunes…caso por caso, a saber.

 

Hace varios años invité a Luis Gordoa a participar en el citado ciclo de conferencias. Luis (fotógrafo de oficio y comunicólogo de formación) es uno de los fotógrafos más solicitados por muy destacados arquitectos de México desde hace varios años, y su trabajo por añadidura le ha entrenado en buena medida en la manera de ver y de vivir la arquitectura. Se disculpó, le noté incómodo con la idea y postergó la invitación argumentando que estaba emigrando “de la película a lo digital”.

 

Comimos hace poco y entre otras cosas me platicó de unos jóvenes arquitectos de Cuernavaca. Insistí, y ahora Luis dio forma con su introducción, sus comentarios y sus fotografías a una maravillosa conferencia que tuvo lugar hace una semana exactamente, a cargo del arquitecto Alfredo Cano (de T3Arc Taller de Arte y Arquitectura) y de Lilian Rebollo (de APT Arquitectura Para Todos). Ambos arquitectos se formaron en Puebla pero decidieron trabajar en Cuernavaca, donde vivieron la mayor parte de su infancia y juventud. ¿Por qué decidieron quedarse?

 

A pesar de la crisis por la que atravesó Cuernavaca los últimos años, parece que los argumentos en cuanto a forma de vida y de trabajo no son nada despreciables. Saben que sacrifican glamour, escala y presupuesto en sus encargos, y justamente allí se localiza nuestro interés por su también delicado trabajo. En todas las obras que presentaron -no hubieron ni “renders” ni proyectos no construidos- las limitaciones juegan un papel protagónico. También la autocrítica en el caso de Alfredo, que insistía en que cada obra le anima a superarse en la que sigue, acaso por lo que pudo haber hecho o lo que no pudo lograr en la obra anterior.

 

Casas extraordinarias como “La Semilla”, o la “casa Materka” para un concertista, un taller para artistas de Cuernavaca, recubierto de unos paneles de fibra que encontró en cierto tiradero de basura, o el hotel construido con tubos de drenaje en Tepoztlán dan cuenta del hábito de reutilizar y de hacer mucho con poco. En ese punto, invita a la escuela a fomentar la cultura emprendedora, coincidentemente.

 

Por su parte, Lilian Rebollo (que colabora eventualmente en algunos proyectos con Alfredo Cano) presentó el proyecto que le ha dado mayor visibilidad: unas caballerizas en un bosque de la zona más alta de Cuernavaca, con un planteamiento muy afortunado que exalta el húmedo paisaje con techumbres de concreto aparente sobre columnas metálicas, muros recubiertos con la madera de la cimbra utilizada en el colado de dicha techumbre, y muros de piedra del lugar formando “tecorrales” que sirven de gradas del único picadero del conjunto.

 

Un elogio al paisaje desde la mesura y el aprovechamiento correcto de los recursos limitados por la remota localización de la obra…para terminar con un departamento-habitación bellamente representado, que con la misma delicadeza que la obra anterior transformó unos cuartos de servicio desde la reutilización a la que alude Lacaton en la entrevista mencionada al inicio de estas líneas. Sirvan sin más para agradecer encarecidamente.