Las semis de los lobos y los lobeznos. De dos viejas bestias de la Champions por un lado y dos aspirantes a desafiarlos. Semifinales de vuelta de Champions League ardientes. Bayern Múnich vs. Real Madrid y Chelsea ante Atlético de Madrid. De estilos estridentes, adormecedores, relámpagos, de perros de guerra. De voces amigas que revuelven la casa alemana y amenazas dantescas para lo que serán los partidos de vuelta.

 

De entrada, aparece el Real Madrid, máximo ganador de la justa europea con nueve trofeos en unas vitrinas abiertas por Alfredo Di Stéfano, y obsesionado por llevar la décima en un año en que de nueva cuenta parece que la Liga pertenecerá a otro en España. El mejor equipo del mundo al contragolpe, aceptado por Guardiola, en el banquillo de su rival. El Madrid que nunca ha ganado en Múnich, que llega a Alemania con la más mínima de las ventajas a enfrentar a un equipo que amenaza con matar de aburrimiento con su juego de tejedor infinito, según palabras del Káiser Franz Beckenbauer, pero que según la retórica de otro histórico del Munich, Karl-Heinz Rummenigge, esperará a los blancos con un infierno en el que se quemarán hasta los árboles.

 

Así de ecléctico es el cruce de palabras cuando se trata del futbol de élite mundial. Sin reservas. No hace falta. Hay que lanzar todos los dardos contra el rival, desesperarlo y transmitirle presión desde antes de que suba al avión. En eso Pep es el “P… amo”, definido así por la prensa catalana, luego de uno de sus tantos duelos futbolísticos, verbales y filosóficos que tuvo cuando Mourihno defendía Chamartín y Pep tiraba para La Masia. “Por lo que he leído en Madrid, ellos ya están en la final y ya hasta ganaron la Copa, nosotros no”, fue el mensaje de un Guardiola que como pocas veces se ha visto un tanto descontrolado, luego de la victoria blanca en el Bernabéu de la semana pasada en que su equipo terminó el primer tiempo con un dominio del balón del 76 por ciento, por sólo 24 por ciento de los Merengues, que se fueron al vestuario con la ventaja de 1-0.

 

Desde Madrid Ancelotti le espetó: “No somos tan tontos como para pensar que todo está sentenciado”. El gran problema para el equipo más dominante del mundo (Bayern) es que si no marca rápido al Madrid, tendrá que soportar sobre el alambre un duelo pintado para el contragolpe. Cristiano y Bale así lo han demostrado, sin descontar en que parecen estar en estado de gracia, todo lo contrario que sucede a Ribéry y Robben, ambos en estado de depresión con los rojos.

 

A cientos de kilómetros, en la isla; en Stanford Bridge, José Mourinho, Special One, regresó al Chelsea por un pendiente: la orejona. Un trofeo que se le escurrió en su primera etapa con el equipo de Román Abramóvich, pero por el que ha regresado recargado; más militarizado que nunca – lo demostró en la ida en el Vicente Calderón con un concierto defensivo perfecto – y de ello sabe un tramo su rival del próximo miércoles: el Atlético de Madrid, un cuadro vigoroso, de puro músculo, construido piedra a piedra por Diego Pablo Simeone que está a nada de llevarse la Liga de las

 

estrellas, pero que quiere redondear con una temporada inédita que culmine con doblete en Liga y Champions.