Nadie en el Manchester City hubiera dado por buena una temporada debut de Josep Guardiola con este devenir: fuera de la Liga de Campeones en octavos de final, lejísimos de poder disputar al Chelsea la corona de la Premier League, apenas asegurando boleto a la próxima Champions League antes de la última jornada, sin títulos alternos que añadir a la vitrina (de la Copa FA le eliminó un acérrimo rival, el Arsenal; de la Copa de la Liga, su mismísimo vecino, el United).

 

 

Nadie. Ni el propio Pep, como explicó con absoluta sinceridad esta semana: “En mi situación, en un club grande, sería echado, estaría fuera. Si en Barcelona o Bayern no te coronas, estás fuera. Aquí he recibido una segunda oportunidad e intentaré hacerlo mejor en la próxima temporada”.

 

 
Declaración que deja entrever una realidad pesada de asumir para la afición del City: que su amado equipo todavía no es tan grande como los verdaderos aristócratas del futbol europeo. Ha ganado en los últimos años un par de Premierships, una Copa FA, dos Copas de la Liga, ha llegado recientemente a semifinales de la Champions, gasta en refuerzos y sueldos más que ningún otro cuadro (montos sólo equiparables a los de sus vecinos que viven en Old Trafford). Sin embargo, ya por exculparse, ya por apreciar el detalle de disponer de otra campaña para colocar a los Citizens en lo más alto, Pep Guardiola ha dejado tal aseveración.

 
El entrenador más laureado de los últimos tiempos (en ocho años: tres ligas y dos copas españolas, tres ligas y dos copas alemanas, dos Champions League y tres Mundiales de Clubes), por primera vez es sometido a un genuino criticismo y a la posibilidad por todos sus colegas bien conocida de ser despedido, incluso a que se desdeñe su impactante palmarés bajo la acusación de que fue cultivado con planteles por demás hegemónicos.

 
Se entiende que en el City han hecho lo correcto con esa paciencia y confiando en que a mediano plazo el proyecto Guardiola triunfará. Puestos a ser sinceros (tanto como el estratega catalán lo fue), no existe en el mercado alguien mejor que él para llevar a esa institución a otros tamaños.

 
No obstante, las comparaciones aguardan: que, visto con perspectiva, el nunca valorado Manuel Pellegrini no lo hizo tan mal en el City como prensa y afición por entonces pensaban; que ser campeón de Inglaterra es muchísimo más complicado que serlo en las restantes grandes ligas europeas; que por razones difíciles de detallar, brillar en la Champions con una oncena inglesa, últimamente es menos factible.

 
Guardiola, el que ha admitido que su no despido es síntoma de la grandeza en vías de construcción del Manchester City, vivirá en la 2017-2018 la temporada más importante de su carrera.

 
Con tal presión, que lo mismo sucederá con José Mourinho en el United, por mucho que el portugués pretenda maquillar su año debut con una Copa de la Liga o con la eventual Europa League.

 
Al final, nadie descarta ya que la próxima campaña en Inglaterra vuelva a ser parecida a ésta: tanto pensar que si Pep o Mou, para que el renacido Chelsea de Antonio Conte les ganara el título por goleada o para que el fresquísimo Tottenham de Mauricio Pochettino volviera a hacer de lejos el mejor futbol en esas islas.

 
Twitter/albertolati

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