Desde siempre, los presidentes priistas han sido testigos de las asambleas priistas.

 

A distancia, durante las discusiones, dan línea a los dirigentes del Partido Revolucionario Institucional (PRI), y de esa manera esperan los resultados por ellos deseados.

 

Luego asisten a la clausura, convalidan lo aprobado a mano alzada –nunca con voto secreto– y se muestran festivos en actitud y discurso, aunque luego actúen en sentido inverso.

 

En tiempos recientes han sido dos asambleas nacionales las de mayor trascendencia, la de 1990, con Luis Donaldo Colosio, y la de 1996, con Santiago Oñate.

 

En septiembre de 1990, Carlos Salinas estuvo feliz porque en los debates se aprobó el proyecto de su candidato para las elecciones presidenciales de 1994, aunque luego fue asesinado en Tijuana.

 

Pero en la XVII Asamblea, Ernesto Zedillo sufrió un revés.

 

A impulso Santiago Oñate-César Augusto Santiago, el primero presidente del PRI y el segundo presidente del Consejo Político Nacional (CPN), el asambleísmo cerró el paso a los prospectos zedillistas.

 

Contra la instrucción de Los Pinos, se estampó en estatutos la prohibición de aspirar a cambios mayores –Presidente de la República, gobernador, senador- a quienes no pasasen el filtro de una elección.

 

Candados, les llamaron.

 

Zedillo apareció el 21 de septiembre en el Auditorio Nacional, y con los documentos de la Asamblea XVII en lo alto, pregonó:

 

-¡La línea es que no hubo línea!

 

Días después los corrió.

 

TEMORES HACIA LA ELECCIÓN PRESIDENCIAL

La próxima, la XXII Asamblea Nacional, no puede ser distinta.

 

Le adelanto:

 

Como en el pasado, el presidente Enrique Peña Nieto será el invitado especial y clausurará los trabajos en Campeche con determinaciones exactamente contrarias a la XVII Asamblea Nacional.

 

Será el fin de los candados.

 

Si en la XXI Asamblea, en marzo de 2013, el PRI se abrió a alianzas y a externos, en la de agosto próximo, la noticia será la apertura para quienes no tengan fe priista.

 

Es el fondo del debate.

 

La llamada vieja guardia intenta regresar a la formación de cuadros, a la conciencia revolucionaria, a una militancia mínima de 10 años y cargos de elección para abanderar al PRI en 2018.

 

Y al contrario, los representantes del oficialismo, mayoritarios y complacientes, quieren a un ajeno -del establishment, pero no militante- so pretexto de atraer al electorado del centro.

 

Más cuando se trata de enfrentar la embestida del populismo liderada por Andrés Manuel López y un frente para el cual trabajan como orfebres de lo imposible el panista Ricardo Anaya y la perredista Alejandra Barrales.

 

CARCAJADAS EN LOS PINOS POR REMOCIONES

En Los Pinos se carcajean cuando los medios hablan de cambios.

 

Llevamos meses con afirmaciones en las alturas, y en las especulaciones muchos ven el rostro del candidato y el futuro de sus posibilidades.

 

Pero, de momento, aseguran en la misma residencia presidencial, no hay proyecciones en puerta y debe ser cierto, dado lo dicho ayer por Enrique Peña Nieto.

 

De momento su interés está en apagar el fuego contra su secretario de Comunicaciones y Transportes, Gerardo Ruiz Esparza.

 

Pero la expresión peñista es de baja monta para quienes reclaman sangre por cualquier pretexto, y en este momento es el socavón del Paso Express de Cuernavaca.

 

 

caem