Big Sam wants you!” clamaban los carteles por la ciudad de Bolton y, sobre todo, en la fachada del recién inaugurado estadio del equipo. En ellos, el director técnico Sam Allardyce aparecía vestido como Uncle Sam en su vieja recluta de militares, pero conminando a los aficionados a abonarse al club.

 

A esa proporción se le quería en un cuadro humilde, a perpetuidad opacado por sus vecinos de Mánchester United (a menos de 20 kilómetros) y Liverpool (a 40).

 

Era julio de 2005 y el posible traspaso de Jared Borgetti al Bolton Wanderers me había llevado hasta ese rincón industrial de las islas británicas. Grabábamos uno de los letreros que mostraban a Big Sam con su sombrero de barras y estrellas, cuando sorprendentemente el propio entrenador salió por una puerta trasera del estadio. De inmediato le pedí una entrevista y, como era de esperarse sin cita alguna, dijo que no. Instantes después, mientras caminaba a su lado en busca de alguna información fuera de micrófono, explicó en su ronca voz que como me veía cara de buena persona, sí podíamos encender la cámara y conversar.

 

Corpulento, en ropa deportiva, brusco, con cargados ademanes, con un look descuidado que ya para entonces era atípico incluso en los directores técnicos, pronto pude comprender la razón por la que era tan idolatrado: porque representaba al futbol que poco a poco estaba desapareciendo en Inglaterra, ese juego alguna vez propiedad de la clase trabajadora en uno de los países más segmentados y con menor movilidad social de Europa Occidental.

 

Siete años después, Allardyce fue uno de los primeros personajes del futbol inglés en apoyar como nuevo seleccionador a Harry Redknapp. Fabio Capello había dimitido a cinco semanas del debut en la Eurocopa 2012 y urgía hallar un reemplazo. Nada raro ese apoyo, si se considera que Harry y Sam son dos entrenadores de corte parecido, precisamente el opuesto al del finalmente elegido Roy Hodgson, ese políglota amante de la literatura.

 

El fatídico desenlace de la era Roy ya se conoce: no pasó de la fase de grupos en Brasil 2014 y fue eliminado por Islandia en la Euro 2016. Frustrado ese camino, no debería extrañarnos que la principal opción para asumir el cargo sea Allardyce, y la segunda, otro personaje similar como Steve Bruce; ante la desilusión del proyecto precedente, todo hace indicar que Inglaterra probará con lo que pudo ser y no fue tras la escapada de Capello, como si de una alternancia política se tratara.

 

Existen otras dos alternativas que van más bien en un sentido revolucionario: Jürgen Klinsmann, cuya innovación y rompimiento de moldes son famosos, y Eddie Howe, el joven preparador del club Bournemouth.

 

Allardyce y Bruce lucen con mayores posibilidades, pese a no haber ganado nunca un título y tampoco haber dirigido a uno de los denominados grandes de la Premier. Más que sus resultados o éxitos dirigiendo, parecen buscarse sus formas y conexión con la afición.

 

Al tiempo, la Selección que porta ese escudo de los tres leones espera domador. En una Liga en la que dirigen Guardiola, Klopp, Mourinho, Conte, Wenger, Pochettino, el representativo nacional apunta hacia un liderazgo y una noción de estrategia casi opuestos.

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