El papa Francisco se convirtió este sábado en el primer pontífice que visita el Palacio Nacional, uno de los edificios más emblemáticos de la capital mexicana, sede del Poder Ejecutivo y testigo privilegiado de importantes episodios de la historia de este país.

 

El histórico recinto está ubicado en el corazón de la capital del país (el Zócalo, la mayor plaza pública de América Latina) y remodelado en numerosas ocasiones, por lo que conjuga elementos neoclásicos, barrocos y neocoloniales.

 

Tras la caída de Tenochtitlan, la capital del imperio azteca, Hernán Cortés ordenó la construcción del palacio en 1521 sobre las ruinas del Palacio de Moctezuma.

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El conquistador español utilizó el palacio, entonces de solo dos pisos y tres patios, como su segunda residencia privada y en 1562 su heredero, Martín Cortés, lo vendió a la Corona.

 

A partir de entonces se convirtió en la sede del virrey de la Nueva España hasta que en la última década del siglo XVII un incendio destruyó casi por completo el edificio, lo que llevó a las autoridades a emprender un proceso de reconstrucción a lo largo de una centuria.

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En 1800, cuando albergaba la Casa de la Moneda, la Real Academia de Artes de San Carlos y el Jardín Botánico, un fuerte temblor sacudió la ciudad y causó graves daños al entonces Real Palacio, lo que obligó a una remodelación a cargo del arquitecto Manuel Tolsá.

 

A lo largo de tres siglos la construcción fue ampliada y remodelada por las administraciones de turno, las cuales pusieron su propio sello en el recinto.

 

Durante la lucha independentista (1810-1821) el edificio se deterioró por el abandono, pero fue rescatado por las fuerzas políticas emergentes para convertirlo no solo en la sede del Ejecutivo, sino también de los nuevos poderes de la República: el Legislativo y el Judicial.

 

El dictador Porfirio Díaz, que gobernó el país de 1876 a 1911, fue el último que utilizó como residencia el Palacio, que remodeló con motivo de los festejos del centenario de la Independencia en 1910, si bien en 1901 se hicieron importantes cambios en la disposición de los salones.

 

Actualmente, el edificio alberga la campana de Dolores, que se utilizó en 1810 en el Grito de Independencia, y la bandera del país.

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Varias de sus áreas son utilizadas por el Ejecutivo federal y la Secretaría de Hacienda, además de que cuenta con museos y galerías.

 

En varios de sus muros está plasmada la obra del artista mexicano Diego Rivera (1886-1957).

 

En una reciente entrevista, el embajador mexicano ante la Santa Sede, Mariano Palacios Alcocer, destacó el valor de la presencia de Francisco en el Palacio Nacional, donde pronunciará el primer discurso de su visita y el presidente Enrique Peña Nieto le dará la bienvenida.

 

“Tiene un simbolismo muy importante en las relaciones históricas que México ha tenido con la Iglesia y en este momento donde la libertad religiosa es una garantía constitucional”, explicó el embajador.

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A pesar de ser la segunda nación en número de católicos, apenas el 21 de septiembre de 1992 el Vaticano restableció sus relaciones diplomáticas con México, un Estado que en la Constitución de 1857 se consagró como laico, expropió los bienes a la Iglesia, impuso la laicidad de la educación y el matrimonio civil, entre otras medidas.

 

En declaraciones a Efe el historiador mexicano Enrique Krauze criticó hoy a quienes han cuestionado la recepción en el Palacio Nacional, que no le parece “ningún acto de profanación”.

 

“Tomar de manera ortodoxa esos prefectos como si estuviéramos a mediados del siglo XIX es una muestra de fanatismo e intolerancia”, argumentó.

 

Por su parte, el antropólogo Gilberto López y Rivas coincidió en que “no tiene sentido” la polémica pues aunque en el pasado “se han dado grandes conflictos entre la Iglesia y el Estado” mexicano, estos “han sido superados y en el fondo existe una estrecha relación” institucional, además de emocional. EFE