Václav Havel –escritor, último presidente checoslovaco y primer presidente checo– decía que no hay “nada más sospechoso que un intelectual del lado de los vencedores”; de igual manera, no hay nada más incierto que una Oposición del lado del Gobierno. El colaboracionismo no es malo, por supuesto, pero siempre debe ocurrir en paralelo con la presión perenne y la crítica proactiva. Colaborar, pues, no debe implicar la obligatoriedad de escoger entre el hecho de hacerlo o ir contra un Gobierno. Va más allá, porque política sin Oposición es mero teatro.

 

México necesita opositores férreos, implacables, que no quiten el dedo del renglón ni en vacaciones. Una Oposición maratonista: que no gaste sus energías en “sprints” políticos sino en resistencia temática. Sí, los “sprints” generan nota, pero con la volatilidad informativa suelen desaparecer en días u horas. En 2017, nuestra democracia pide a gritos un trato mediático menos desigual entre poderes; en este caso, Ejecutivo y Legislativo.

 

En el marco del mensaje por el 5to. Informe de Enrique Peña Nieto, debemos repensar el rol de la Oposición en el contexto del mismo. Hoy no tenemos un formato de Informe que dé lugar a la deliberación entre facciones. Y ello (re)descubre un problema, que reitero, es mediático: los posicionamientos de los grupos parlamentarios siempre ocurren; se escoge a un representante y este expone la “opinión” de sus compañeros. La cuestión es que “el pueblo” no sigue estas réplicas –solo lo hacen políticos, politizados y periodistas– porque no están verdaderamente a su alcance –por lo menos no como el Informe presidencial, que recibe amplia cobertura en medios, sobre todo en los principales canales televisivos–.

 

Dentro de nuestro régimen político actual –un presidencialismo en democracia aún endeble–, hay dos opciones claras que no pasan por copiar el esquema estadounidense –también presidencialista– que, para efectos de lo que aquí propongo, presenta el mismo problema: o transitamos a un esquema de preguntas y respuestas presenciales –similar al del pasado pero sin la simulación– entre Ejecutivo y Legislativo, y dentro del Congreso; o le damos verdadera voz a las réplicas opositoras mediante un formato anual establecido, con difusión mediática lo más igual posible a la que recibe el mensaje presidencial.

 

Un “contrainforme”, pero oficial. Ni de café, ni de Twitter, ni desde el desértico Canal del Congreso. Uno que cuente con todos los coordinadores parlamentarios y les permita expresar sus posturas ante el Informe; que se desarrolle en los días siguientes a dicho mensaje –de preferencia al otro día–; y lo más importante, que goce del mismo trato en medios masivos que el del presidente: más o menos dos horas en los principales canales, para que los partidos representados en el Congreso también puedan llevarle al México amplio su versión de los hechos. Esta es una idea más; pero queda claro que requerimos un formato de réplica de la Oposición al Ejecutivo, en igualdad de condiciones mediáticas –apelando a que, teóricamente, son dos de los tres poderes de la Unión–, y calendarizado.

 

En esta “sociedad del espectáculo”, muchas veces nos jugamos la democracia en una pantalla sin siquiera darnos cuenta –porque, desafortunadamente, somos una democracia que tiene más de “krátos” que de “demos”–. Y no entender esto es no entender la política ni a las personas. Si nuestro arreglo político-mediático refuerza la pluralidad, nos acostumbraremos a ésta; pero lo más importante sería la información vertida sobre la sociedad: las dos –o más– caras de la situación nacional para que el ciudadano construya un criterio político propio más robusto, producto de un mayor discernimiento.

 

@AlonsoTamez

 

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