De manera cíclica en los últimos años han surgido rumores acerca de la salida de algunos bancos extranjeros asentados en México. El 12 de septiembre de 2012 un despacho de la agencia Reuters reseñaba las declaraciones del presidente de riesgos de Bank of Nova Scotia, Rob Pitfield, en el sentido de que el banco canadiense podría vender participaciones accionarias en México. Ya en diversas ocasiones han circulado versiones de que el banco –conocido como Scotiabank- podría estar interesado en vender parcial o totalmente su banco en México después de problemas con la gestión del banco, con presiones de su board en Canadá y con resultados no muy halagüeños.

 

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Los rumores de venta también han hecho presa de Banamex, la filial de Citi en México y el segundo banco más grande del país. Incluso recientemente se ha dicho que el gigante brasileño Itaú estaría interesado en hacer un importante desembolso con lo que los brasileños desembarcarían en la cima de la banca mexicana. Los recientes escándalos y el desmoronamiento de buena parte de la cúpula directiva mexicana con Manuel Medina Mora al frente, contribuyeron a robustecer esos rumores no confirmados.

 

El HSBC en México también ha resentido recientemente la amenaza de ser desprendido del gigante financiero inglés después de que su presidente ejecutivo, Stuart Gulliver, le puso plazo al emplazamiento ante los problemas de controles de operaciones ilícitas que enfrentó en el pasado y su baja rentabilidad según se argumentó desde Londres.

 

Casos como éstos nos llevan a preguntarnos si acaso México no ha sido y es un campo fértil para los negocios de la banca extranjera que se asentó mayoritariamente en el país desde la segunda mitad de los noventa y particularmente a principios de este siglo. En todo caso, el posible abandono de un mercado como el mexicano se explicaría más por errores en las estrategias y gestión del negocio, que por razones de mercado, de reglas del mercado o incluso de su relación con el gobierno.

 

Para académicos como Stephen Haber y Aldo Musacchio la incursión de la banca extranjera en el país ha significado la mejor época de la banca en más de un siglo.

 

En su libro “Los buenos tiempos son éstos. La incursión de los bancos extranjeros en México después de un siglo de crisis bancarias” -que fue premiado por el Centro de Estudios Espinosa Yglesias el año pasado- los autores afirman que “estamos frente a uno (sistema bancario) extremadamente estable, en parte porque hay menos riesgo moral engranado en la relación entre banqueros y gobierno”.

 

“Los banqueros extranjeros de México –dicen los autores en su argumentación- cuentan con fuertes incentivos para no faltar a su parte del trato. El capital que ellos tienen en juego es real, no ficticio, también es importante que no tienen suficientes motivos para desviar fondos hacia sus propias empresas, pues no son dueños de empresas no financieras. Además están sujetos a una mayor supervisión, porque al tiempo al que el gobierno abrió el mercado, reformó las normas contables”.

 

“Tampoco pueden esperar un rescate por parte del contribuyente mexicano; ya que si se comportan de manera imprudente, es poco probable que reciban las ilimitadas garantías que recibieron los banqueros mexicanos en 1995-1996. Finalmente, no sólo son responsables ante los reguladores mexicanos, sino también ante accionistas en todo el mundo, así como ante reguladores en sus propios países. En resumen, tienen mucho que perder y poco que ganar si se convierten en aliados oportunistas” dicen Haber y Musacchi en relación a los riesgos sistémicos derivados de la relación entre la banca extranjera y el gobierno.

 

Si estos son los buenos tiempos de la banca en México en más de un siglo ¿por qué canadienses, ingleses o estadounidenses decidirían irse de un mercado no sólo estable, sino sobretodo apetitoso por sus tasas de rentabilidad?