Todos los padres lo repiten porque así lo creen: Que si sus hijos estudian tendrán más posibilidades de obtener un empleo, de mejorar sus empleos futuros o de obtener un salario más elevado.

 

Y no están equivocados. Prácticamente en la mayor parte de los países desarrollados la educación sigue siendo una suerte de seguro para eludir el desempleo o para mejorar sus ingresos futuros. Es lo lógico especialmente cuando el predominio de la llamada ‘economía del conocimiento’ se extiende a prácticamente todos los ámbitos de la vida laboral.

 

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Sin embargo en México estas relaciones entre niveles educativos, empleos y salarios no siguen patrones tan lineales como el que se observa en otras latitudes.

 

A finales del año pasado el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI), daba cuenta de 2 millones 284 mil 602 desocupados. De éstos el 41%, es decir, 936 mil 357 desocupados, tenían estudios medios superiores o superiores; estudiaron por lo menos el bachillerato o la preparatoria y muchos de ellos terminaron una carrera universitaria. Sólo el 6.5% de los desocupados a finales de 2014 tenía la primaria incompleta.

 

Las cifras para los jóvenes son desalentadoras y su tendencia en los últimos años, aún más. A inicios de 2011 el porcentaje de desocupados con estudios medio superiores o superiores fue de 34.8%. Eso quiere decir que en los últimos 4 años se ha incrementado sistemáticamente el porcentaje de desocupados con mayor nivel de instrucción educativa.

 

Pero son los adultos jóvenes más preparados los que han resentido el mayor golpe. El informe Panorama de la Educación 2014 de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos, OCDE, muestra un elevado desempleo entre los adultos jóvenes más educados del país y que debieran encarnar el mayor potencial productivo y competitivo para la economía.

 

“En México la diferencia es aún más marcada entre los adultos jóvenes (de 25 a 34 años): el 6.7% de los graduados de educación superior, y el 4.5% de los jóvenes adultos con educación por debajo de la enseñanza media superior están desempleados. A pesar de que los adultos mexicanos jóvenes han alcanzado niveles de educación más altos, los datos indican que son más vulnerables al desempleo”, refiere el estudio que es un referente sobre la educación y su impacto en el mercado laboral.

 

El otro asunto preocupante es el de los ingresos y su relación con el nivel educativo. Otra vez se esperaría que a mayor nivel educativo se obtengan mayores ingresos. Y en general las cifras disponibles nos dicen que así es. Sin embargo el deterioro general de los ingresos personales observado en las últimas décadas en México, han afectado en una mayor proporción los ingresos reales de los jóvenes adultos con educación superior.

 

Un artículo de Raymundo Campos publicado en la revista Letras Libres (29 de mayo, 2014) muestra que los ingresos laborales para trabajadores con secundaria o menor se estancaron entre 2005 y 2014, pero los salarios con mayor escolaridad disminuyeron sensiblemente. “Un trabajador de tiempo completo con educación universitaria ganaba cerca de $14,000 al mes a inicios de 2007, pero para inicios de 2014 su ingreso era cercano a $10,000 (pesos reales de 2012)”.

 

Como vemos, los datos cuestionan todo: La calidad educativa, las habilidades y destrezas que obtienen los jóvenes, la sobreoferta en ciertos sectores económicos, mercados laborales estrechos, y claro, desigualdades en el crecimiento económico.

 

La apuesta por una educación de calidad es inquebrantable según lo muestran reiterados casos en el mundo. Pero la realidad actual es que nuestra educación no es el seguro contra el desempleo y los magros ingresos en los que creyeron nuestros abuelos.