La Junta de Gobierno del Banco de México, como muchos otros bancos centrales en el mundo, está a prueba. Sí, ante un entorno económico y financiero complejo, su capacidad y oportunidad de respuesta serán fundamentales para la economía en las semanas y meses por venir.

 

Pero no sólo eso, y quizá más importante aún, en esta coyuntura veremos la calidad e independencia en su toma de decisiones, más allá de las naturales presiones derivadas de los intereses del gobierno.

 

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Me explico. En los últimos 40 días la paridad peso-dólar ha oscilado en un rango de 14.52 a 14.95 en su modalidad Fix, que es un promedio determinado por el banco central para las operaciones al mayoreo. Ayer esta paridad fue de 14.65. Así que como se ve, las presiones del dólar sobre el peso mexicano y sobre las monedas de los mercados emergentes del mundo, y también de la mayoría de las llamadas ‘monedas fuertes’, no han cesado.

 

Y es muy probable que estas presiones continúen en los próximos meses, por lo que esperaríamos una paridad peso-dólar en un rango de 14.50 a 15.00 como lo ha mostrado el mercado de futuros del peso en los últimos días para junio o septiembre próximo.

 

¿Cuál es la consecuencia inmediata de mantenerse por un tiempo prolongando en una paridad cercana o superior a 15 pesos por dólar? Que comencemos a ver incrementos en muchos de los precios de bienes importados o que tienen un alto componente de importación. Y ese sí –el de la inflación- es un problema para el banco central, que deberá reaccionar elevando tasas.

 

Sin embargo –y en oposición al objetivo del banco central- una depreciación sostenida del peso frente al dólar, como lo que estamos viendo con una paridad en niveles cercanos o superiores a 15 pesos por dólar, sería conveniente para los resultados de corto plazo del gobierno federal, porque incrementa el ingreso en pesos de las exportaciones petroleras reduciendo el hueco que ha provocado la caída de los precios petroleros en el gasto público, además de que se incrementa temporalmente la competitividad de las exportaciones.

 

Es decir, la depreciación sostenida del peso provoca efectos encontrados entre los objetivos que persigue el banco central y los del gobierno federal. Para el primero es perjudicial en términos de inflación, y para el segundo es ‘rentable’ para fines presupuestales.

 

La pregunta es qué hará el gobernador Carstens y los miembros de la Junta de Gobierno del banco central ante una depreciación sostenida del peso y frente al guiño cómplice desde el gobierno federal.

 

SÍGALE LA PISTA…

 

UN TREN BALA LLAMADO EU. Ayer le decíamos que la economía crecerá este año ‘arrastrada’ por el fuerte dinamismo que está mostrando el consumo y la manufactura estadounidenses, a un ritmo de 3.4% o hasta 3.5%. Ante el comentario, llegaron los disensos de amigos economistas que ven un pálido crecimiento en el año incluso menor a 3% por un mercado interno paralizado por la desconfianza y la desazón. Por lo pronto la encuesta que ayer publicó Banamex ya mostró que los pronósticos van a la baja. Veremos.

 

EXPLICACIONES AUSENTES. Las autoridades hacendarias deben una explicación detallada acerca de las características de las coberturas petroleras contratadas a finales del año pasado, ante la realidad de unos ingresos petroleros mermados. También deben una explicación puntual acerca del porqué de los altos precios internos de las gasolinas y de las ganancias que está obteniendo el gobierno en detrimento de los consumidores y de la economía.