¿Cuánto crecerá la economía en este año? La respuesta sigue siendo un acertijo para la mayor parte de los analistas que muestran pronósticos que van desde 2.40 por ciento, hasta 4.20 por ciento –según la más reciente encuesta de Banamex- en un abanico de posibilidades que revela la incertidumbre que rodea a los pronósticos económicos para el año.

 

El gobierno es optimista en este amplio rango de posibilidades y prevé un crecimiento del PIB de 3.90 por ciento, mientras que el Banco de México apunta oficialmente a un rango de 3 a 4 por ciento, aunque su gobernador nos dijo recientemente que el crecimiento sería más cercano al 4 por ciento.

 

Evidentemente que uno de los factores determinantes en el crecimiento económico mexicano es la marcha de la economía estadounidense. No por nada un banquero brasileño me decía el otro día -pidiendo disculpas de antemano- que ‘la economía mexicana no es más que una sucursal de Estados Unidos’. Nos guste o no el comentario, las frías cifras de la economía muestran una enorme dependencia mexicana hacia el ciclo económico estadunidense.

 

Pero hay otro factor relevante para el dinamismo económico del país que debemos seguir con atención. Y me refiero a la inversión. A esa acumulación de capital en el tiempo a través de equipos, de maquinarias, de construcciones, de infraestructura en general, etc; que mantienen e incrementan la producción de bienes de consumo y de capital, con efectos positivos sobre la generación de empleos, y también sobre la competitividad y la productividad.

 

Pues bien, en las últimas tres décadas la inversión total en México, en términos del PIB, prácticamente se ha mantenido estancada oscilando alrededor del 20 ó 21%, mientras que otras economías emergentes -asiáticas y latinoamericanas- mostraban fuertes crecimientos en sus niveles de inversión, con consecuencias favorables sobre el dinamismo de sus economías como fue el caso de China, Chile, o Perú. En el caso mexicano, en tres décadas -entre 1980 y 2009- la economía creció 2.6 por ciento en promedio, por debajo del promedio latinoamericano (2.8%) y del promedio mundial (3.3%).

 

Todo parece indicar –habrá que esperar a las cifras oficiales- que el año pasado fue un año perdido en materia de inversiones. Según los economistas de BBVA-Bancomer la inversión total habría caído 1% explicada por una caída estimada de 4.6% en el sector de la construcción y una caída de 5.6% en la inversión pública. De validarse estas cifras, la inversión total habrá representado apenas 21.6 por ciento del PIB, por lo que para 2014 se ve complicado superar el 23.1 por ciento del PIB que se alcanzó en 2008, previo a la crisis económica.

 

2014 debe ser un año de recuperación de la inversión en México, pero su dinámica está supeditada -en buena medida- al ejercicio eficaz y oportuno de la inversión pública presupuestada, particularmente, en infraestructura; a la plena recuperación del sector de la construcción; y a la concreción de los grandes proyectos de inversión privada en el sector automotriz.

 

No hay duda que la inversión se recuperará en este 2014, un tanto por el efecto estadístico ‘de rebote’ después de la caída del año pasado. Los analistas de BBVA Bancomer estiman que en 2014 la inversión pública crecerá 3.8 por ciento y la privada, 4.4 por ciento.

 

Pero este ritmo de crecimiento de la inversión que veremos en este año es insuficiente para sostener un crecimiento de la economía siquiera superior al 3.5 por ciento. De allí que la implementación de las reformas energética y de telecomunicaciones, según el espíritu original de las reformas, sea crucial para generar nuevos flujos de inversión a un ritmo de crecimiento cercano al 10 por ciento anual. De otra manera, habrá que olvidarse de remontar las mediocres tasas de crecimiento económico de las tres décadas pasadas.

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