A finales del siglo XIX, la Colonia Americana fue uno de los primeros “ensanches urbanos” de la ciudad, lugar donde las oligarquías de la época encontraron la oportunidad para salir de sus viejas propiedades del centro y edificar novedosas casonas de afrancesado estilo en una colonia que era símbolo de la modernidad urbana.

 

Pero la modernidad es pasajera y cincuenta años mas tarde aquellas casonas comenzaron a ser demolidas para dar suelo al racionalismo arquitectónico que ofertaba los novedosos “condominios” donde la reluciente clase media mexicana, que al igual que aquellas oligarquías, reclamaba su derecho a la nueva modernidad urbana.

 

El cambio fue anárquico, paulatino y contundente; para la década de los sesenta, convertida en Colonia Juárez, era ya objeto de deseo urbano al tiempo que el turismo hacia su aparición masiva, la inversión turística también deja el viejo centro para encontrar en la Zona Rosa el espacio adecuado para la construcción de nuevos y llamativos hoteles.

 

La actividad comercial de la colonia se transforma y se caracteriza y con ello la población flotante se incrementa y el turismo, que todo lo trastoca, incide fuertemente en un proceso de evolución urbana y social singularizado por la sustitución de la dinámica de barrio, seguida por la huída de sus habitantes, proceso que si bien ha sufrido diversas configuraciones, aún sigue vigente.

 

El crecimiento de la ciudad es una constante y por ende su transformación; barrios y sectores urbanos no cambian únicamente por su propia dinámica, cambian porque la ciudad en la que se inscriben también lo hace. Lo que sucede en las periferias afecta a la zona central y lo que sucede en ésta última limita o incentiva a las periferias, por tanto, la pretensión de que un barrio o una zona de la ciudad no transforme sus usos y dinámicas sociales carece de sentido, ya que todos los sectores urbanos dependen estructuralmente de la ciudad como conjunto y la Colonia Juárez no fue la excepción a la regla.

 

No fue sino hasta la segunda mitad de la década de los noventa que la Ciudad de México comenzó su lento proceso de “regreso al centro”. El proyecto para la revitalización del Paseo de la Reforma trajo de vuelta a los grandes corporativos y, sorpresivamente, a la vivienda vertical, ambos aparejados de una nueva oferta de bienes y servicios especializados, oferta que se generó dentro de los ahora llamados “proyectos de usos múltiples” (Torre Mayor, Reforma 222, Parque Alameda) que como parte de sus objetivos tienen el “contener” al interior de sus instalaciones el gasto que ejercen sus ocupantes mediante la integración de centros comerciales.

 

En principio suena bien, pero este modelo de desarrollo inmobiliario termina por segregar al barrio del proyecto, ya que esta nueva población en poco o nada se relacionan con su entorno, inhibiendo la recuperación comercial o habitacional del barrio en el que se inscriben.

 

El edifico de Reforma 222 es buen ejemplo de este tipo de modelo que podría clasificarse como “concentrador”, pues desde su construcción en poco ha beneficiado el desarrollo de la Col. Juárez. Situación que tampoco se le puede achacar en exclusiva ya que la normatividad urbana en la zona no fue modificada para integrarse y beneficiarse de las inversiones realizadas a lo largo del Paseo de la Reforma.

 

Hoy, lo que demanda la zona no es un rescate, sino una verdadera reconversión urbana y el paso inicial es dejar de ver a la Colonia Juárez como la Zona Rosa, y a esta como una zona de uso turístico. Un barrio urbano no pude depender de una sola actividad o de un solo sector de la demanda y la Juárez lo demuestra: ni el turismo, ni la actividad nocturna, ni la dinámica gay, ni el elevado número de población flotante generada por las oficinas de Reforma han demostrado ser suficientes para lograr una renovación urbana que pongan en valor a la zona.

 

El eje rector de su reconversión debe ser el desarrollo habitacional y paralelamente una diversidad de usos compatibles a éste. El otrora núcleo turístico denominado como Zona Rosa, mas que renovarse debe reinventarse, esta suerte de corredor comercial es altamente propicio para desarrollar una oferta de bienes y servicios de trascendencia para la ciudad.

 

Durante los años sesenta un grupo de artistas se daba cita en la zona, estos fueron conocidos como “la generación de la ruptura” ya que promovían el desarrollo de nuevas tendencias pictóricas que buscaban superar lo figurativo del muralismo y del nacionalismo como el eje del discurso pictórico, para ello proclamaron la superación de la entonces llamada “barrera del nopal”.

 

Ocurrencia creativa que bien pude ser trasladada a la dinámica turística que hoy caracteriza a la Zona Rosa. La reconversión turística debe superar lo arcaico de los concheros, los mariachis, las taquerías, los paseos escultóricos, las fuentes, las artesanías con imanes para el refrigerador y la prostitución en todas sus variantes que hoy predomina y caracteriza el atractivo turístico de la Zonaja. En cambio. se debe propiciar la inversión en una oferta de cultura y de entretenimiento de la mano de la renovación de la oferta hotelera, generando así una nueva oferta de bienes y servicios que resulte de interés tanto para el turismo como para los residentes locales.

 

Pero la reconfiguración urbana no debe pasar exclusivamente por la inversión privada, el sector público debe también invertir y coordinar ya que la zona está caracterizada por un bajo nivel de equipamiento urbano al no contar con parques, plazas ni mercados y contar con tres estaciones de metro que son un absoluto desastre; por otro lado la colonia cuenta con 7 mil cuartos de hotel (el mismo número que en Ixtapa, Gro.), mas de doscientos restaurantes, 23 estacionamientos en lotes baldíos, tres centros comerciales y cada vez menos comercio de barrio. Esta condición es generadora de severos desequilibriosm en términos de actividades sociales y económicas, tanto diurnas como nocturnas y no será el capital privado quien tenga interés en corregirlas.

 

El primer paso para generar la reconversión es el desarrollo de un proyecto para la zona, del cual derive una imagen objetivo que integre y equilibre a los distintos actores; el segundo paso es un nuevo marco regulatorio que incentive y no que limite como hasta ahora ha venido ocurriendo. A partir de ello incentivar la habitabilidad, la densificación, los usos mixtos, la movilidad no motorizada y la reconversión del espacio público (particularmente el de la Glorieta de los Insurgentes). Con esta base se podrá reconfigurar la actividad comercial, la habitacional y la turística generando así nuevos objetivo urbanos que hagan olvidar el falaz intento de rescatar dinámicas socioculturales totalmente perdidas en el tiempo.

 

 

* Urbanista, Diseñador Industrial.

@peltierDF