Que no hay mudanza fácil, lo sabe hoy una de las aficiones más fieles de las islas británicas. Ni siquiera cuando se trata de desplazarse a un sitio más cómodo, privilegiado o moderno; se modifican rutinas seguidas de manera casi inconsciente, se alteran rituales que se consideraban intocables, se abandonan prácticas heredadas de algún antecesor y visualizadas para la eternidad.

 

Para que el West Ham United reemplazara su viejo Boleyn Ground por el futurista Estadio Olímpico de Londres 2012, tuvieron que suceder largas negociaciones. Primero, el escenario también era deseado por el Tottenham Hotspur, ante el que luchó mostrando que su ubicación original en el este de Londres (menos de cuatro kilómetros separan a la nueva de la antigua instalación) le convertían en obligado residente del Parque Olímpico. Segundo, debió conseguir importantes apoyos económicos; el monto para adaptar la sede de atletismo a campo de futbol hubiera bastado para construir otro escenario: 370 millones de dólares, de los cuales el West Ham no puso ni 10%. Tercero, en virtud de que los Hammers sólo serían inquilinos, no podrían encargarse de asuntos tales como la seguridad o logística (aunque, al mismo tiempo, eso les eximía de otro buen desembolso).

 

La despedida a Boleyn Ground fue por demás emotiva. Lágrimas, retrospectivas, melancolía, algún detalle feo como prohibir al equipo femenino disputar un partido que habría sido el último sobre ese pasto.

 

Este verano, llegado el momento de debutar en el London Stadium, creció un descontento que pronto ha tornado en conflictos, broncas y hooliganismo por doquier. Que en ese estadio es imperativo sentarse, algo inaceptable para quien siempre vio el futbol de pie; que hay personal ajeno al club dando indicaciones a los aficionados y buscando propiciar un ambiente familiar, algo no deseable por muchos que se sienten despojados una vez más de su futbol (la primera ocasión, a fines de los 80, luego de la tragedia de Hillsborough y el consiguiente Reporte Taylor); que por mucho que se haya invertido en la reconversión, esas gradas no fueron creadas para presenciar goles, y desde muchos puntos se pierden detalles del partido (algo poco factible desde el minúsculo Boleyn Ground); y, sobre todo, que ahí no se sienten en casa.

 

La mudanza del West Ham al ahora llamado Parque Isabel II es analogía de una mudanza a escala mayor: que el East End de Londres, parido por los Olímpicos, resulta muy diferente al anterior a los Juegos. Por poner un ejemplo: junto al estadio hay un centro comercial con las boutiques más costosas y venta de bolsos más caros que el sueldo mensual del común de quienes ahí vivían; al margen de eso, la zona industrial decrépita –que, sin duda, fue rehabilitada por los Olímpicos– hoy es prohibitiva para la clase trabajadora, y de a poco ve mudarse a personas con otra capacidad adquisitiva.

 

Será cuestión de tiempo para que el West Ham se acostumbre al London Stadium, pero le costará mucho más trabajo que al Arsenal al haber cambiado su Highbury por el Emirates.

 

Eso sí, el sonido ambiente del London Stadium permite escuchar a decibeles inimaginables el Forever Blowing Bubbles y la máquina para generar burbujas desde el césped es ya de primera generación.

 

Twitter/albertolati

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