Candidatura mundialista con un móvil práctico (que los políticos cambian, pero las vecindades permanecen) y otro romántico (que la FIFA, con su Copa del Mundo, devuelva unión al hoy atribulado hemisferio norteamericano).

 
Postulación, la de México-EUA-Canadá a recibir el 2026, que, pese al momento más complejo en épocas contemporáneas en esta relación, de entrada parece difícil de frenar. Sus únicas competencias reales serían dos. Por un lado, un país a priori no elegible por ser asiático, en virtud de que el 2022 se jugará en ese continente: China como anfitrión del balón, sueño máximo de su futbolero líder, Xi Jinping. Por otro, si Estados Unidos se obstina en no compartirlo, porque hacerlo dificultaría tanto su operación como sus planes de seguridad, y sea el certamen para 48 o para 60, su infraestructura le permite ir sin socios.

 
Si en 2010 China ya hubiera estado tan interesada y la FIFA hubiese descubierto la mina que suponen sus patrocinadores, la más polémica votación no habría sido para Qatar, sino para la República Popular. También, si por entonces los directivos hubieran previsto la venganza estadounidense por las corruptelas que le dejaron sin Mundial (incluidos, el FBI y la fiscal Loretta Lynch), acaso habrían sido menos desfachatados.

 
Como sea, el tema es 2026 y todo variará demasiado de aquí a que se determine en 2020. Sobre todo, en términos de la Casa Blanca, siendo el veto musulmán de Donald Trump y no su muro fronterizo, el mayor obstáculo en ese camino: la primera exigencia del torneo es que toda nacionalidad, toda selección, todo aficionado, tengan acceso al país.

 
Luego, al analizar los posibles rivales de esa candidatura tripartita, vamos a un sueño abrigado desde hace un par de décadas en la FIFA: el Nobel de la Paz.

 
Antes de que su imagen y la del organismo se deterioraran a mínimos históricos, Joseph Blatter lo intentó. Ahora, Gianni Infantino desea el premio. Ningún camino más corto para lograrlo que utilizar el poder del balón o un Mundial compartido, para terminar con dos pueblos confrontados.

 
Así que si la relación México-EUA llegara a 2020 en un estado catatónico, mejor argumento para FIFA. Lo mismo si el choque entre civilizaciones se agudizara, la eventual candidatura España-Marruecos (dos continentes, dos religiones, dos culturas, dos lados del Mediterráneo), tomaría fuerza. O si China fuera de la mano ya de Japón, ya de India (otra vez, el problema asiático, por la rotación de sedes). O si las dos Coreas juntas (algo ya pretendido en 2002 y hoy todavía más absurdo).

 
Por vueltas que le demos, llegaremos al mismo punto: que el Mundial 2026 sólo puede dejar de ser en Estados Unidos si China recibe permiso para postularse y que México sólo tendrá un pedazo de ese certamen si eso decide nuestro vecino del norte.

 
La prensa británica ha enfatizado al cierre de esta semana que sí se presentará la triple sede norteamericana. No obstante, para que el Mundial más compartido y el mayor intercambio de aficionados entre países suceda, hace falta conocer la opinión del presidente estadounidense más opuesto a compartir e intercambiar.

 
En 2026 ya no ocupará la Casa Blanca, pero sí en los vitales próximos dos años en que se delineará cada sede. En resumen, el Mundial México-EUA-Canadá, pasa inevitablemente por el escritorio de Trump.

 
Twitter/albertolati

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