Nada más cierto que aquella frase que establece que los “clásicos” hay que ganarlos, más que jugarlos.

 

En muy pocos escenarios el fin sí justifica los medios, y el deporte no escapa a esto, menos cuando hay dos días de trabajo, menos cuando estás de vuelta en un lugar del que saliste de forma vergonzosa y no se te dio el debido tiempo para trabajar. Menos cuando está de por medio el orgullo y se requiere de un inicio positivo, es decir, cuando necesitas ganar a como dé lugar; jugando bien o mal.

 

Traicionando tu filosofía y dándole la espalda a un estilo de juego que has pregonado y demostrado durante toda una carrera, pero ¿qué más da? Roma no se hizo en un día, pensarán en Coapa, y si para América era importante ganar, para La Volpe lo era aún más.

 

Porque nada más indispensable que una inyección que eleve dramáticamente tu estado de ánimo.

 

Digamos que el paciente respira y tiene vida, aunque siga presentando síntomas claros del padecimiento. La cura no es milagrosa y requiere de tiempo para hacer funcionar cada parte del organismo.

 

Pero como nada es absoluto, La Volpe y América están conscientes de que Pumas merecía mayor fortuna, y que si en el mundo del futbol operara la justicia, el rival hubiera salido del Azteca con otra clase de balance. Y si nos apegamos al estéril romanticismo futbolero, podemos decir que Pumas hizo el futbol y América, los goles.

 

Son de esos resultados donde evidentemente sonríe más el ganador, pero el derrotado puede llegar a casa con un sabor de boca especial, consciente de que hizo lo necesario a pesar de desperdiciar los primeros minutos del juego que terminaron haciendo la diferencia; esa misma diferencia que no encontró Cruz Azul en el Norte en la visita más complicada del año, y donde mostró ciertos avances colectivos, pero numéricamente queda exactamente en el mismo lugar y con las mismas sensaciones, ésas que no te permiten adquirir la confianza necesaria para ir mejorando cada siete días.

 

Y por eso la exigencia a la que se refiere Tomás Boy, que más bien tiene tintes de frustración, pero que nada tiene que ver con los medios de comunicación, como lo dice el mismo Tomás. No, no son cómplices de nadie; son víctimas, víctimas de un equipo que ha extraviado su estirpe, que ha cambiado su vitrina de trofeos por un salón de la vergüenza. Víctimas de un equipo que no ha ganado nada. Víctimas de finales, de los malditos penales, del gol de oro, de volteretas inexplicables y de un sinfín de historias que se ligan entre sí. No, los aficionados de Cruz Azul no son cómplices de nadie; son víctimas, en todo caso, en la parte que te corresponde, el cómplice eres tú, Tomás.