No imagino un debate nacional inglés sobre si ha de suponer alta expectativa una Final de FA Cup entre los equipos de Mánchester o, casi un derbi por la reducida distancia, ante el Liverpool.

 

Mucho menos haría sentido en Italia, donde desde el origen los clubes romanos asumieron que los genuinos grandes no juegan en la capital sino en el industrial norte.

 

Qué decir de Alemania, donde Berlín recibe en su OlympiaStadion un partido que últimamente se limita a la rivalidad entre los sureños del Bayern Múnich y los occidentales del Borussia Dortmund –instituciones que no tantas décadas atrás carecían de argumentos para colgarse el cartel de gigantes y sólo lo conquistaron con títulos, con vigencia, con una duradera hegemonía.

 

Por muchas razones, México es distinto. La primordial trasciende de lleno lo deportivo y es tan política como social: la penosa centralización de instituciones, opiniones, oportunidades, que se ha pretendido desde una capital extrema hasta para apropiarse del gentilicio “mexicano” o del afirmar “soy de México”.

 

Cada que se niega el mérito de los dos cuadros regiomontanos, reiteramos ese mal: que lo vea quien así lo desee, pero resulta burdo calificar su nivel de importancia con base en su procedencia o en la cantidad de seguidores fuera de Monterrey que cada cual tiene.

 

Supongo que si Newells y Rosario Central disputaran un trofeo en Argentina (o, más cerca de Buenos Aires, Estudiantes contra Gimnasia y Esgrima de La Plata), la audiencia no sería tan acentuada como si se tratara de un RiverBoca. ¿Y entonces? ¿Se clamaría que no hay razón para verlo, se agrediría recurriendo a estereotipos regionales, se harían muecas hacia quienes hasta esa instancia llegaron, se achacaría todo mérito a lo que sus directivas gastaron? Sólo desde la más celosa envidia, como acontece en México.

 

Ya quisiera la capital que América, Pumas o Cruz Azul tuvieran proyectos de semejante solidez y tan probados resultados. Ya quisiera Jalisco que Atlas y Chivas disputaran cada cual al menos una final al año. Ya quisieran, como los londinenses cuando en Mánchester se ha gastado no sólo más sino mejor, como los romanos cuando en Milán y Turín se han consumado puestas en escena tan superiores.

 

En la mayoría de las ligas, es común que los dos mejores diluciden al campeón. En México, con un sistema de competencia tan propicio para la sorpresa, parece milagroso más que excepcional. Bajo ese contexto, esta vez nadie podrá dudar: los dos mejores equipos, planteles, proyectos, serán quienes se enfrenten por la gloria.

 

Razón, esa última, para emocionarse y vibrar con una inmensa final, adicionada, por si faltara, con esa pasional división entre las dos aficiones más incondicionales del país.

 

¿Regionalismo y discriminación? Peor para quien se lo pierda, porque este semestre no ha ganado Nuevo León sino el mismísimo futbol.

 

 

Twitter/albertolati