No hubo camino desde Wembley hasta Maracaná. Ni siquiera de forma cercana. No hay defensa de medalla, ni de podio, ni de orgullo, ni del prestigio tan bien ganado en Londres 2012 y que al cabo de cuatro años se ha mancillado en Río de Janeiro.

 

La embarcación tricolor se regresa a casa apenas cinco días después de que se inauguraran estos Juegos y a seis de su debut en Salvador de Bahía. En el trayecto hubo dos instantes de fe y nada más: las dos veces en que se tuvo a la selección alemana en desventaja, antes de que dos veces se levantara y dos veces nos empatara.

 

Como la vida, hijo de las circunstancias, el futbol siempre esconde intrincados hubieras; por ejemplo, el del remate de Hirving Lozano, ante portería casi vacía, que debió ser el 3-1 sobre los germanos; por entonces escribí en este espacio aquello de que ley de barrio es ley de vida y gol fallado es gol en contra. Hirving, llamado a ser figura máxima de este plantel y uno de los talentos futbolísticos a seguir en estos Olímpicos, se fue de Río sin haber llegado.

 

Sin embargo, parece demasiado simplista pensar que entrando ese disparo todo ahora sería armonía. La realidad es que esta selección nunca lució plena, cómoda, dominante, segura. El colofón, que no la justificación, fue perder por lesión a dos pilares de la dimensión de Oribe Peralta y Rodolfo Pizarro.

 

México pudo llevar un mejor equipo a estos Olímpicos; pienso en Jesús Manuel Corona, que daba la edad, y en refuerzos mayores distintos a los elegidos. Como sea, puestos a decir eso, Alemania pudo llevar un plantel infinitamente mejor al que trajo, al grado de que a este cuadro teutón le faltan ocho cracks Sub-23 y que sus refuerzos no son ni por asomo de calidad de selección mayor.

 

En el fondo, esta selección no fue prioridad para casi nadie. A las pugnas para prestarle jugadores, se añadió enviar toda la artillería a la Copa América Centenario, como si ahí pudiesen jugar seis ofensivos estelares. Si se sabía del deseo de contar con Raúl Jiménez y Andrés Guardado, si se sabía que sus respectivos equipos no los iban a ceder para dos certámenes en un verano (algo que ningún conjunto europeo admite: nada menos que desprenderse tres meses y medio de un elemento), si se entendía que ellos tenían voluntad de competir en Río, entonces tuvieron que hacerse las cosas distintas.

 

Pero me desvié a los que no están, cuando tengo la sensación de que con los que estaban otra historia podía escribirse, que con ellos tenía que bastar para un papel sensatamente bueno.

 

Algo me duele de las selecciones mexicanas actuales: que la personalidad que ya dábamos por sentada al salir de Wembley, tan pronto sea discutible y debatible, porque el Tri jugó parte de este torneo con temor al fracaso, apocado, engarrotado.

 

Lo que se rompió tras tocarse el cielo londinense, no ha sanado: la presagiada era de abundancia no existió y cuatro años después dejamos Río prontísimo, incluso sin haber llegado a jugar en él.

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