Primero, unos datos para estremecerse: en 2007, los asesinatos en Ciudad Juárez, Chihuahua, alcanzaban la cifra de 307 al año; tres años más tarde -en 2010- el número de personas asesinadas en la misma ciudad se elevaba a 3,622; una escalada de violencia sin precedente.

 

A escasos kilómetros de ahí, del otro lado de la frontera, la policía de El Paso reportaba en aquel mismo año tan solo cinco asesinatos. ¿Cómo es posible que mientras Texas era nombrada la ciudad más segura de Estados Unidos, al otro lado de la barda se viviera un virtual estado de guerra?, ¿qué pasa con Ciudad Juárez?, ¿qué pasa con México?

 

El contraste es la materia prima de Narco Cultura, documental dirigido por el fotógrafo de guerra israelí Shaul Schwarz quien se da a la tarea de mostrar, mediante una narración tan solvente como desgarradora, cómo es que la llamada narco cultura permea tanto el la sociedad norteamericana como en la mexicana.

 

El punto de partida es Richi Soto, perito de la SEMEFO de Ciudad Juárez que ha sido testigo de la violencia -cada vez más sanguinaria- perpetuada por el narco en aquella zona. Su día a día consiste en recoger los cadáveres, tomar las huellas, documentar los hechos y archivarlos, aunque de antemano se sepa que no habrá investigación ni castigo sobre los culpables. Soto ha visto de frente la furia del narco, en forma de descabezados, mutilados, acribillados, quemados, todos ellos muertos con una brutalidad infernal y despiadada.

 

Al otro lado de la frontera, en Los Ángeles, la cámara sigue a Edgar Quintero, joven de 25 años, que ha estado en la cárcel pero que ahora se dedica al negocio de los narco corridos… y el negocio va muy bien. Líder del grupo “Los Buknas de Culiacán” Quintero hace toda una apología sobre el modo de vida narco, con letras que reflejan la violencia de sus capos.

 

“Somos sanguinarios, locos bien ondeados, nos gusta matar”, dice una de sus letras más famosas. El público los aclama, sintiéndose “narcos por una noche, aunque al otro día tengan que ir trabajar” como bien dice el promotor del grupo quien además vaticina un futuro prometedor para el género, “seremos el próximo Hip-Hop”.

 

Mediante este perturbador vaivén entre quienes hacen apología de la violencia y quienes la viven en carne propia, Schwarz no sólo aborda gran parte del fenómeno socio-cultural que ha desatado el narco y su violencia, sino que vuelve evidente la interdependencia entre ambos escenarios: mientras unos se divierten y beben cantando sobre muerte y descabezados, otros entierran a sus familiares asesinados; mientras para unos la violencia es inspiración, para otros es zozobra cotidiana; mientras Richi piensa en la posibilidad de irse al otro lado, Quintero sueña con pasar unos días en México “para mejorar mi música”.

 

Porque resulta que ninguno de los integrantes de “Los Buknas” ha estado nunca en Sinaloa. “Me gustaría visitar allá, para inspirarme y hacer nuevas letras”, dice Quintero.

 

Siempre evadiendo el amarillismo pero sin el temor de mostrar los brutales escenarios de la violencia, el cineasta no pierde nunca el rigor ni el buen ojo tras su cámara. Destacan dos escenas emblemáticas: aquella adolescente de secundaria que sin empacho dice a la cámara “yo si me iría de novia con un narco… a lo mejor es algo malo, pero es algo muy de México”; y dos, aquella madre, desgarrada, que ante el asesinato de su hijo grita desconsolada: “¿quién inició esta guerra?”

 

“Dios quiera las cosas cambien”, dice un resignado Richi Soto quien, a pesar de todo, sigue dispuesto a hacer su trabajo lo mejor posible, “porque no todo es muerte… aún hay gente buena en Ciudad Juárez”.

 

Narco Cultura (Dir. Shaul Schwarz)

4 de 5 estrellas.