A todos nos enseñaron esa historia desde muy pequeños: Miguel Hidalgo y Costilla, un cura de Dolores Hidalgo, salió la primera hora del 16 de septiembre de 1810 y llamó al pueblo a levantarse en armas para luchas por la Independencia del territorio contra España. Tomó un estandarte de la Virgen de Guadalupe y sonó las campanas de la iglesia. Su llamado, su lucha y su muerte lo convertirían en El Padre de la Patria.

 

“El Grito” se convirtió en un símbolo y en un festejo de los mexicanos. Cada año, en todas las plazas públicas del país, gobernadores, presidentes municipales y el presidente de la República, emulan lo que Hidalgo hiciera hace ya 202 años. El funcionario en turno, ondea la bandera, toca las campanas y lanza vivas para la multitud presente. Por lo general se hace referencia al mismo Hidalgo, a Morelos, Allende, Aldama, etc, se dan vivas a México y a los mexicanos.

 

Pero, evidentemente esto no fue lo que dijo Miguel Hidalgo y Costilla aquella madrugada en que a un grito llamó a la Independencia.

 

Foto. Mural de José Clemente Orozco.

 

Aunque hay varias interpretaciones de lo ocurrido, todas coinciden en que el cura llamó a la insurrección, lanzó vivas a favor del entonces rey de España, Fernando VII y a la religión católica. Aunque existen dos versiones de lo que en realidad habría dicho rescatadas por dos católicos: Fray Diego de Bringas y Fray Servando Teresa de Mier.

 

La primera presentada por Fray Diego de Bringas, en un sermón predicado en Guanajuato el 7 de diciembre de 1810 señala que el llamado del cura de Dolores fue:

 

“¡Americanos oprimidos! Llegó ya el suspirado día de salir del cautiverio y romper las duras cadenas con que nos hacían gemir los gachupines. La España se ha perdido. Los gachupines por aquel odio con que nos aborrecen han determinado degollar inhumanamente a los criollos, entregar este floridísimo reino a los franceses e introducir en él las herejías.

 

“La patria nos llama a su defensa. Los derechos inviolables de Fernando VII nos piden de justicia que le conservemos estos preciosos dominios. Y la religión santa que profesamos nos pide a gritos que sacrifiquemos la vida antes que ver manchada su pureza.

 

“Hemos averiguado estas verdades, hemos hallado e interceptado la correspondencia de los gachupines con Bonaparte. ¡Guerra eterna, pues, contra los gachupines! Y para pública manifestación que defendemos una causa santa y justa, escogemos por nuestra patrona a Ma­ría Santísima de Guadalupe. ¡Viva la Amé­rica! ¡Viva Fernando VII! ¡Viva la religión y mueran los gachupines!”.

 

La otra versión conocida es la de 1813, de Fray Servando Teresa de Mier, quién afirmó que lo que el cura Hidalgo había dicho esa mañana fue:

 

“Hoy, debía ser mi primer sermón de desagravios; pero será el último que os haga en mi vida. No hay remedio: está visto que los europeos nos entregan a los franceses; veis premiados a los que prendieron al Virrey y relevaron al Arzobispo, porque nos defendían. El Corregidor, porque es criollo, está preso. ¡Adiós, Religión! Seréis jacobinos, seréis impíos. ¡Adiós Fernando VII! Seréis de Napoleón.

—No, Padre, gritaron los indios, defendámonos: ¡Viva la Virgen de Guadalupe! ¡Viva Fernando VII!

—Vivan, pues, y seguid a vuestro cura, que siempre se ha desvelado por vuestra felicidad.

 

Lo cierto es que desde el llamado de Hidalgo del 16 de septiembre empezaron a aparecer proclamas de insurgentes tanto manuscritas como orales que llamaban a sumarse a la lucha y que ahora forman parte de una tradición que ya es un símbolo de identidad y orgullo nacional.

 

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