Un burlesque en modo novela de folletín: lo relevante es que a cada determinado tiempo acontezca algo que devuelva la atención a la pelea, que insista en la imperativa necesidad de verla, que trabaje sin descanso en la recordación.

 

Un día es el insulto que se lee en la ropa de Conor McGregor, otro la filtración de que un sparring lo noqueó, alguno más su baile, y eso sin remitirnos a lo que supone alguien tan estridente como el actor principal de la historia, Floyd Mayweather Jr, siempre listo para posar entre fajos de billetes, presumir sus millonarias apuestas o exhibir su estrafalaria rutina.

 

Si como un circo se ha planteado el combate de este sábado, como un circo ha sido el camino hasta el mismo.

 

Imprescindible aclarar un par de cosas: primero, que no es la primera vez que algo similar sucede; segundo, que Floyd no será la primera leyenda del pugilismo que se preste a semejante show. El mismísimo Muhammad Ali se metió en un ring con el luchador Antonio Inoki, trepado a la tercera cuerda para evitar sus patadas desde el piso y en cierto momento trenzado en una llave (Rocky Balboa lo replicaría en la ficción, con Hulk Hogan jalándole el cabello entre castigo y castigo). Idéntica situación con George Foreman, cuando aceptó una gran recompensa, 100 mil dólares de los de 1975, por noquear a cinco oponentes en un día. Incluso fuera del boxeo, un gigante olímpico de la dimensión de Jesse Owens corrió contra caballos en Cuba. Dicho lo anterior, no ha de sorprendernos que un programa televisivo haya simulado una competencia entre Michael Phelps y un tiburón blanco. O, mucho menos, lo que está por acontecer este sábado en Las Vegas.

 

¿Qué habrá en la pelea entre Mayweather y McGregor? Más allá de dinero y una elevada audiencia, la más morbosa curiosidad. Sea que, como muchos pronostican, Floyd someta a Conor con facilidad; sea que el especialista en artes marciales mixtas le propine algún susto; sea que se vivan instantes dignos del circo montado, con aparentes salidas de reglamento, de tono, de lo convencional…, las cuales de improvisadas no tendrán nada. En todo caso, una jornada que apela más al morbo que a la calidad, más a voyeurs que a genuinos aficionados al pugilismo.

 

Es trabajo de los empresarios el ofrecer al público lo que desea. Partiendo de lo anterior, en un contexto de absoluta crisis en el boxeo, donde no queda quien realmente venda a nivel mundial, donde no surgen nombres que inviten a pensar en reescribir la historia de este deporte, el único camino posible parece éste.

 

Prueba de ello será la multitudinaria respuesta. Debate que tiende a terminar unos momentos después del último round, cuando haya poco que decir, más allá de la sensación de sin-sentido, más allá del hoy imprescindible escudo –hijo de selfie–, de “yo lo vi, yo lo viví”, más allá de la desilusionada exclamación de “era obvio, ya lo sabía”.

 

Twitter/albertolati

 

caem

Las opiniones expresadas por los columnistas son independientes y no reflejan necesariamente el punto de vista de 24 HORAS.