Carlos Monsiváis fue muchas cosas. Un cronista mordaz, desde luego. Un ensayista complejo y versátil. Un cinéfilo sin par. Un conferencista exitoso e impredecible. Un intelectual mediático de la primera hora. Y, destacadamente, fue un coleccionista obsesivo, desordenado y genial, que lo mismo acumuló –esa es la palabra– libros originales del liberalismo mexicano que luchadores de plástico, grabados del XIX que caricaturas del último siglo XX, obras de Leopoldo Méndez y del Chango García Cabral, revistas y carteles de cine e imaginería religiosa.

 

Y, faltaba más, material de nota roja. Mucho material de nota roja, que hoy se expone, ordenado, clasificado, bien museografiado, en El Estanquillo, el museo creado a partir del desorden prodigioso que acumuló en su casa de la Portales pero también de su generosidad, de su conciencia ciudadana, digamos. Una crónica de la nota roja en México, se llama la expo que es, desde luego, mucho más que una acumulación de buen, sabroso material mórbido. Hay mucho de eso. Pero, de la Colonia al siglo XXI, el recorrido de la exposición nos enfrenta al hecho incontrovertido de que la prensa mexicana, como la cultura popular en general, y desde luego como nuestra historia política, crecieron de la mano de nuestra prensa amarillista, de la prensa criminal.

 

Somos, igual que muchos otros, un país de nota roja. Pero, a diferencia de alguno de esos muchos, parece que lo somos cada vez más. Peor: parece que cada vez somos eso y sólo eso. Goyo Cárdenas, el Tigre de Santa Julia e incluso la banda del automóvil gris fueron casos ominosos, terribles, reflejos de una sociedad con sus profundas disfuncionalidades, pero fueron pese a todo rarezas, excepcionalidades. Inteligentemente, el recorrido culmina con el México del crimen organizado. Ese México donde lo monstruoso, lo atroz, lo innombrable, se convierte en la norma, en el día a día. Una Crónica de la Nota Roja, en ese sentido, es una crónica de nuestra historia en general. Del camino que recorrimos hasta aquí.

 

Buena parte de la exposición está dedicada a la obra de Enrique Metinides, fotógrafo entre los fotógrafos del México criminal, talento de la composición de imágenes al tiempo que retratista sin cuartel del horror mexicano previo a la nueva era de la nota roja: la de las mafias, la del narco, la de la violencia sin reglas ni límites. Lo merece. Es tal vez el último clásico del género. El último exponente de un México ido sin regreso. El México rojo, anterior a éste, que es rojísimo.

 

aarl