Con 110 años de existencia, el Museo de Geología, de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) atesora lo mejor de la vocación de esa ciencia, y para Luis Espinosa (Ciudad de México, 1950), jefe del recinto, es la sede donde se puede conocer el nacimiento de la especialidad en el sentido moderno de la palabra.

 

Maestro en Ciencias con 40 años de labor en el Instituto de Geología de la UNAM, y de ellos los últimos 18 jefe del recinto ubicado en la colonia Santa María la Ribera, en esta ciudad, explicó que en su Sala Principal se puede apreciar en el centro la reconstrucción de un esqueleto de mamut, resultado del trabajo de diferentes investigadores.

 

También pueden verse diversos ejemplares del reino mineral que impactan por su color y forma. Otra sala está dedicada al Sistema Tierra, que ilustra sobre cómo nació nuestro planeta, de manera que se puede saber que en el cosmos, una inmensa nube de gas y polvo se estremeció al ocurrir una gran explosión.

 

Las ondas de choque que produjo el rompimiento del equilibrio de la mencionada nube, y la transformaron en un disco rotatorio de polvo están presentes ahí para dar paso a la Sala de Paleontología, donde se exhiben fósiles de invertebrados y vertebrados.

 

Los primeros están ordenados con base en su edad geológica, es decir, se sigue un orden cronológico de los períodos del Paleozoico, Mesozoico y Cenozoico, explicó el maestro en ciencias al señalar orgulloso que el recinto concentra las colecciones geológicas más importantes de México.

 

De acuerdo con las especialistas Clara Rojas y María Luisa Santillán, quienes han escrito interesantes textos sobre ese recinto, se trata de un espacio que, además de resguardar este importante patrimonio, divulga el conocimiento científico de las ciencias de la Tierra.

 

En un recorrido por el museo, Notimex confimó la majestuosidad y belleza del edificio que lo alberga. Su escalinata y fachada invitan a explorarlo.

 

“El edificio está construido de cantera obtenida y traída de Los Remedios, Estado de México, la misma con que se construyó el Palacio de Minería y el Colegio de San Idelfonso, inmuebles bajo el resguardo de la UNAM actualmente. Su fachada es de roca volcánica, y está decorada con figuras de fósiles de peces, conchas y reptiles”, refirió.

 

La historia de este museo refiere que históricamente, México ha vivido varias épocas de transformaciones. Una de ellas, de 1885 a 1915, cuando el general Porfirio Díaz estuvo fue presidente de la República. Entre sus intereses estuvo crear un cambio urbano en la Ciudad de México, y construir casas sobrias, pero con detalles ornamentales. Santa María La Ribera se fundó en 1859 en los terrenos del rancho homónimo, para gente de recursos.

 

Tras precisar que antes de crearse instituciones sustentadas en bases científicas los estudios en la materia las realizaban los naturalistas, Espinosa aseveró que a fines del siglo XIX Díaz creó una institución para la investigación científica, difusión y docencia de la Geología para conocer los recursos naturales.

 

Para 1886, continuó, por iniciativa del ingeniero geólogo Antonio del Castillo, se creó la Comisión Geológica Nacional, y el 17 de septiembre de 1888, el Congreso de la Unión decretó la creación del Instituto Geológico Nacional, dependiente de la Secretaría de Fomento, Colonización e Industria.

 

De acuerdo con información del museo, las primeras investigaciones fueron de especulación científica, y obedecía a la labor de preparación que tenía que llevarse a efecto para aplicar poco a poco los conocimientos en el desarrollo de las industrias minera y petrolera, y el uso de los minerales no metálicos, además del aprovechamiento de las aguas superficiales y subterráneas utilizadas en las actividades agrícolas.

 

Así se explica que las primeras publicaciones se ocuparon del Bosquejo Geológico de México, de un Catálogo Sistemático y Geográfico de las Especies Mineralógicas de la República Mexicana y de la Recopilación Bibliográfica, Geológica y Minera, así como estudios de Vulcanología y Paleontología.

 

Después de creado el instituto, se pensó en un inmueble propio, por eso el 17 de julio de 1890 se inició la construcción de este edificio en la quinta calle del Ciprés número 2728 (hoy Jaime Torres Bodet número 176), bajo la dirección del arquitecto Carlos Herrera López, en colaboración con el Ingeniero José Guadalupe Aguilera Serrano, autor de los planos y distribución de las áreas.

 

El 1 de junio de 1904 se inician las labores de investigación con la fundación de la Sociedad Geológica Mexicana y el 6 de septiembre de 1906 se inauguró oficialmente el edificio.

 

Su apertura se dio con motivo del X Congreso Geológico Internacional y de esa forma pasaron los años, hasta que en 1917 pasó a ser dependiente de la Secretaría de Industria, Comercio y Trabajo, y cambió su nombre por Departamento de Exploraciones y Estudios Geológicos.

 

El 16 de noviembre de 1929 pasó a formar parte de la Universidad Nacional Autónoma de México, con el nombre de Instituto de Geología, que conserva hasta hoy.

 

Las mismas fuentes coinciden en que en 1956 el personal académico y administrativo fue trasladado a las nuevas instalaciones, en la recién creada Ciudad Universitaria, conservándose desde entonces el edificio de Jaime Torres Bodet exclusivamente como Museo del Instituto de Geología de la UNAM, designación que prevalece sin modificación hasta el presente, lo mismo que el espíritu con el que nació.

 

El diseño, distribución y funcionamiento del edificio fueron creados con estilo ecléctico, con detalles franceses de la época que se vivía, alternados con motivos prehispánicos.

 

Desde el proyecto inicial fue diseñado para ser usado como instituto de investigaciones, con oficinas y laboratorios en el primer piso, así como museo científico, con salas de exhibición permanente en la parte baja, donde actualmente también se imparten talleres.

 

La fachada del edificio tiene una forma cuadrangular de tres bloques casi iguales. En los frisos luce un hermoso trabajo de cantera, donde se observan las inscripciones de algunas de las ciencias de la Tierra: Geología, Paleontología, Geotécnica, Química, Química, Litología y Mineralogía.

 

En el cuerpo central hay tres arcos de medio punto decorados, que dan la entrada al museo, y bajo éstos están esculpidos llamativos fósiles de amonitas. En el pasillo interior, a ambos lados, se aprecia el Escudo Nacional de la época, trabajado en hierro con acabado en bronce.

 

En el primer piso hay una terraza con ocho columnas de estilo jónico; en los muros, contrapuestos a ellas, cuatro medallones con los bustos de pensadores de las ciencias de la Tierra: William Smith, James Hutton, George Cuvier y Abraham Gottlob Werner, y en la parte superior un reloj indica la hora.

 

Al entrar al museo se contempla un espacioso vestíbulo que cuenta con pisos de mosaico, con motivos pompeyanos, y una majestuosa escalinata estilo Art Nouveau elaborada en Leipzig, Alemania, armada y recubierta en México, formada de dos rampas adornadas con flores, hojas de acanto estilizadas, forjadas en hierro y descansos de mármol. En el peralte de la escalera se observan grecas prehispánicas como elementos decorativos.

 

En la parte superior, 10 lienzos del paisajista mexicano José María Velasco representan parte de la evolución de la vida sobre la Tierra, desde sus orígenes en los mares hasta la aparición del hombre. Dos están dedicados a la vida marina, uno a los anfibios, tres a la evolución de las plantas, dos a los mamíferos y los dos restantes al hombre primitivo.

 

También se observan siete emplomados con paisajes del país: Barranca de Teocelo, Veracruz; Las Ruinas del Tepozteco, Morelos; Cascada de Necaxa, Puebla; Erupción del Volcán de Colima, 24 de marzo de 1903; Cañón del Puente de Chone, Ferrocarril Nacional de México; Órganos de Actopan, Hidalgo, y Pilar de Huayapam-Tepehuanes, Durango. Lo anterior hace que ciencia y arte se mariden en el interior de este museo.

 

“De esa forma, el visitante tiene además de la oportunidad de conocer el extraordinario acervo, la posibilidad de asistir a los talleres que ahí se imparten, como el de Lapidaria para todo público y el de colecciones de rocas y minerales dedicado especialmente al público infantil”, concluyó el maestro en Ciencias Luis Espinosa, quien ponderó por último la labor que el recinto realiza en materia de divulgación de las ciencias de la Tierra.

 

aarl