El secretario de Hacienda, José Antonio Meade, anunció ayer que el Gobierno federal estudia su marco fiscal ante una posible nueva reforma tributaria en Estados Unidos, con la que amenaza Donald Trump. No dio detalles, pero subrayó que tanto la negociación del Tratado de Libre Comercio como la “arquitectura fiscal” de nuestros “partners” son relevantes para nuestro país. Dejó entrever que ambos asuntos nos van a poner los pelos de punta, además de que “estaremos acompañados de la incertidumbre”.

 

 
Meade recordó que el Gobierno norteamericano ha planteado reducir la tasa impositiva o crear un impuesto fronterizo, “cada uno con diferentes implicaciones y con una necesidad de respuesta por parte de México…”. ¿Y cómo podría responder México, señor secretario, si, por ejemplo, nuestros vecinos reducen la tasa de 40 a 20%, premian las exportaciones y castigan las importaciones?
Dejemos el tema en la pluma de los expertos. Hace un par de meses, el rector del ITAM, Arturo Fernández, publicó un artículo en la revista Nexos, donde se refirió a las macabras intenciones del “loquito pata suelta de la extrema derecha de Estados Unidos” (como lo califican los observadores, que no el respetable doctor), en donde expone:

 

 
“Una amenaza no exclusiva para México proviene del proyecto de sustitución del Impuesto Sobre la Renta (ISR) aplicado a las corporaciones en los EUA por un Impuesto sobre el flujo de efectivo. La propuesta del nuevo impuesto corporativo que se discute en el Congreso de los EUA, impulsada por Paul Ryan y vista con simpatía por Trump, es una joya teórica porque no sólo elimina la doble tributación del lSR de los ingresos corporativos, sino que prácticamente cancela la tributación corporativa. Sin embargo, el diablo está en los detalles de la transición, que parecen insalvables.

 

 

 

“La propuesta que está en el Congreso de los EUA adopta una nueva base, similar a la del IETU: se gravan sólo ingresos por ventas internas y se deducen los costos, salarios, gastos e inversiones de origen doméstico exclusivamente. No se permite la deducción de intereses ni la depreciación por activos fijos adquiridos anteriormente. Convierten al ISR corporativo de ser un impuesto al ingreso en uno al consumo. Por otro lado, al excluir las ventas de exportación como ingreso y no permitir la deducción de las compras de importación, se está aplicando un ajuste fiscal fronterizo que conducirá a una revaluación equivalente del dólar. De ser así, esta medida no tendría implicaciones comerciales. Pero sí distributivas.

 

 
“Lo que sí tiene un impacto económico serio es que se dejará de gravar en EUA al nivel corporativo, los rendimientos normales del capital (digamos del 8 ó 10) y sólo se gravarán las llamadas utilidades extraordinarias que excedan ese umbral. Esto convertiría a los EUA en un gran polo de atracción de capitales del resto del mundo. El costo de capital de la actividad económica realizada en los EUA sería más bajo que en el resto del mundo…”.

 

 
Pero no estamos mancos ni tullidos, quiso decir el rector del ITAM. “México podría hacer lo mismo para mantener la competitividad de la economía mexicana. La SHCP ya estudió muy bien este tipo de gravamen en 2006 e, incluso, entiende el problema de transición. El reto sería cómo ajustar las finanzas públicas para llenar el boquete (ahí es donde la puerca podría torcer el rabo, comentan otros especialistas). Para calmar las inquietudes que pueda ocasionar este nuevo gravamen en los EUA, las autoridades mexicanas podrían sugerir que estaríamos dispuestos a equiparar nuestro sistema fiscal si fuese necesario…”, apunta Fernández. Bueno, eso fue lo que anunció ayer el secretario Meade, pero no dio detalles, acota el columnista.