Sabe desplegar sus encantos como nadie. Joven, elegante, dinámico, de aspecto afable de “yerno ideal”, maneras impecables y a menudo sonriente -algo muy raro en Francia-, derrocha optimismo en tiempos de crisis, atrae por igual a jóvenes y jubilados, hipsters y nostálgicos, a todos los que ya se cansaron de ver las mismas caras y escuchar los mismos discursos en el universo político del país.

 

 

Pero detrás de esta apariencia cautivadora se esconden grandes habilidades para, con cierto sentido maquiavélico, desviar el curso de las cosas en la dirección deseada. A pesar de su corta edad y su poca experiencia política, Emmanuel Macron sabe moverse en las sombras del sistema de poder, un sistema que en Francia parece petrificado desde los años 70 del siglo pasado. Las reglas del juego han sido simples: se alternaban en el mando del país las dos grandes formaciones políticas, el Partido Socialista y el conservador gaullista bautizado recientemente como “los Republicanos”. Pero esto está cambiando. El flamante Jefe del Estado galo se ha propuesto romper los códigos establecidos, y lo está logrando.

 

 

Es una perla rara, jamás vista antes en la órbita política de Francia. Antes de lanzarse a la carrera hacia el Palacio del Elíseo, Macron tuvo la oportunidad de observar de cerca el “modus operandi” del Gobierno. Durante dos años -entre 2014 y 2016- el talentoso treintañero dirigió el Ministerio de Economía, reclutado por su mentor y guía, François Hollande.

 

 

Pero, antes de convertirse en un genio de las finanzas (era también un exitoso banquero de inversiones del Rothschild Bank), Emmanuel Macron estudió a fondo la filosofía de Hegel y se apasionó por Maquiavelo, el gurú de la inmensa mayoría de los grandes políticos en el mundo.

 

 

A los conocimientos adquiridos en el Instituto de Filosofía, donde destacó por su brillantez intelectual (detectada rápidamente por el célebre pensador galo Paul Ricoeur, uno de los impulsores del Mayo del 68, que convirtió a Macron en su ayudante), habría que agregar la audacia, la fe ciega en su propio destino, la energía y el olfato para captar el estado de ánimo de todo un país.

 

 

Para alcanzar el triunfo absoluto faltaba un elemento, la suerte, pero ésta también apareció, con el hundimiento a causa de los escándalos de corrupción del conservador François Fillon, que hasta hace tres meses se presentaba en los sondeos como el favorito indiscutible para ocupar el Palacio del Elíseo.

 

 

Hace 212 años, el joven emperador Napoleón Bonaparte decía: “Un líder es un vendedor de esperanza”. El nuevo Presidente francés parece haberlo comprendido perfectamente.

 

 

Emmanuel Macron, defensor de la civilización del capitalismo social al estilo nórdico, el que quiere liberar el espíritu de empresa sin olvidar proteger a los asalariados, hace guiños a la izquierda, a la derecha y al sector más reformista de la sociedad civil. Independiente, pero antisistema, sabe capitalizar muy bien el hartazgo masivo de la hegemonía del bipartidismo clásico, que está llegando a la agonía.

 

 

La primera señal de Macron como Presidente hacia los franceses sobre cómo piensa ejercer su poder y con qué tipo de líderes políticos contará fue, sin duda, el nombramiento de su primer ministro. Se trata de Édouard Philippe, de 46 años, amigo personal del mandatario, perteneciente al ala moderada de uno de sus partidos rivales, el partido conservador “los Republicanos”. Hoy, al igual que el Partido Socialista, los Republicanos se ven sumergidos en guerras fratricidas que podrían acelerar su descomposición.

 

 

Con esta designación se rompe definitivamente el esquema de la tradicional división izquierda-derecha, ahora se impone el movimiento transversal “la República en Marcha”, creado por el recién entronizado mandatario francés.

 

 

Asistimos a la remodelación, a la “pierestroika” francesa cuando faltan poco más de tres semanas de la primera vuelta de las elecciones legislativas, de las que saldrá la composición de la Asamblea Nacional.

 

 

Ya arrancó una intensa transferencia de los sectores centristas de la izquierda y la derecha hacia el macronismo, cuya máxima ambición consiste en formar un Gobierno transversal de reconciliación nacional.

 

¿Lo logrará? Habrá que esperar unos meses.