Cuando en México inició la era importante de conciertos con grandes artistas internacionales, allá por 1991, la fórmula básica para poder conseguir boletos era muy sencilla: te ibas a formar con horas (o hasta días) de anticipación a la taquilla o centros de venta y listo. Así fue como en 1991 pude ver a Billy Joel en el Palacio de los Deportes o asistir a los tres grandes de 1993: Michael Jackson, Madonna y Paul McCartney.

 

Pero conforme pasan los años es cada vez más complicado -sino es que imposible- conseguir boletos de la manera, digamos, tradicional. Ejemplo de ello se acaba de vivir en la CDMX con la preventa y venta de boletos para los conciertos de U2 en el Foro Sol y el de Paul McCartney en el Estadio Azteca. Al igual que quien esto escribe -que estuvo listo con tarjeta de crédito en mano y con buena conexión-, miles de fans de ambos se quedaron sin poder conseguir boletos. Al menos no de los más económicos, pues se podían conseguir entradas a precios exageradamente caros.

 

Foto: Especial

 

Hasta hace unos años (por ejemplo, McCartney y su visita a México en 2010), si uno entraba a la página de Ticketmaster había que estar recargándola hasta que dieran las 11:00 horas y entrar al sistema.

 

Ahora la misma página tiene un reloj con cuenta regresiva y, a las 11:00 horas en punto, se libera el sistema para tratar de buscar los ansiados boletos. Los cuales, al menos para estos dos conciertos, fue imposible conseguir: las preventas para clubes de fans (y para los tarjetahabientes de determinado banco) prácticamente acabaron con la disponibilidad de los boletos más accesibles. Así que ni U2 ni Macca.

 

Pero, ¿quién es el culpable de que los precios sean ahora tan altos? ¿El artista, los promotores, los sitios “autorizados” de reventa (tipo StubHub o Viagogo), los mánagers? ¿Es culpa de los servicios de streaming como Spotify, Pandora o Apple Music? La respuesta es complicada, pero básicamente es de todos ellos. En Estados Unidos, entre 2010 y 2015, el costo promedio de un boleto para un concierto era de 74.25 dólares. Ahora, dependiendo el artista, conseguir un precio así es un sueño (como ejemplo: el costo promedio de un boleto para un show de Adele, actualmente, es de 395 dólares)

 

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Con el auge de Spotify y sitios similares, así como el declive en las ventas de CD, los artistas sacan dinero para ellos de las presentaciones en vivo. Según Dean Budnick, autor del libro Ticket Masters (considerado como la biblia para comprender el negocio de los conciertos), los artistas son los que tienen el mayor peso a la hora de fijar los precios de los boletos: “Ellos establecen los términos de los acuerdos con los promotores, quienes al final informan del costo de los precios. Al hacer esto, los artistas, sus mánagers y agentes consideran todo el panorama de los precios, incluidos los precios del mercado secundario (vendedores de segunda mano, como StubHub), para fijarlos en costos que ellos creen que son justos”.

 

También depende el tipo de lugar en el que se presenten. Mientras más grande sea el escenario y más fechas se abran por ciudad, el promedio de los precios será más bajo porque los fans tendrán más oportunidad de conseguir su boleto e ir al concierto. Esto es bueno para los fans, pero el artista recibirá menos ganancias por show, pues casi siempre quedan asientos sin comprar.

 

Otro factor a considerar es que los shows son cada vez más grandes, con escenarios espectaculares y una producción de varios millones de dólares que, obvio, termina pagando en una buena parte el fan. “El diseño es sólo una pequeña parte de una operación mucho más grande. Hay cientos de personas, compañías y vendedores que están involucrados en la creación completa de una producción”, señaló Adam Davis, directivo de TAIT (compañía que ha producido y diseñado shows para Lady Gaga, Katy Perry y Adele), al sitio The Fader.

 

Y por supuesto, están los revendedores. Si bien es cierto que en Estados Unidos existen sitios que se dedican a revender boletos para prácticamente cualquier concierto, como los mencionados StubHub o TickPick, si trasladamos el problema a México el asunto se complica más, pues dichos sitios están autorizados para hacer eso, pero los clásicos revendedores que ahora se anuncian descaradamente en Twitter y redes sociales, provocan que el poder ir a ver a un artista sea misión casi imposible por el alto costo de las entradas.

 

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Como ejemplo está el sitio Viagogo, en el que los boletos de la zona morada para el concierto de McCartney (que en Ticketmaster cuestan 450 pesos más 90 del cargo), se pueden conseguir, mínimo, en 3 mil 600 pesos. Otro ejemplo es StubHub, que aunque llega a ofrecer 12 meses sin intereses, ofrece boletos en la misma zona hasta en 4 mil 800 pesos. Y de ahí para arriba. A lo anterior hay que agregar a los revendedores de calle, que el día del evento son capaces de vender hasta en mil por ciento más el costo de un boleto. O más.

 

Ah, y por supuesto, están los miles de boletos que se dan para estaciones de radio, programas de televisión y ahora, incluso, para sitios de Internet o para los mentados Influencers o Youtubers. Pero, ¿y los fans? Para variar, son los más afectados. Muchas veces los artistas creen que la capacidad de pago de sus seguidores en países como México o Latinoamérica es la misma que en Inglaterra o Alemania, pero mientras los boletos se sigan agotando la historia no cambiará. ¿Qué hay que hacer para conseguir boletos accesibles? ¿Inscribirse forzosamente en el club de fans del artista en cuestión? ¿Pagar 10, 20, 50, 100, 1000 veces el valor del mismo?

 

Por lo visto, el famoso “amor” que tanto pregonan los artistas hacia sus fans no cuenta cuando se trata de engrosar la chequera…

 

aarl