Parecía un día común. Me desperté. Me bañé. Bajé a desayunar.

 

Empecé a hojear una de esas respetadas revistas de negocios mexicanas. Esas que suelen dedicar portadas a los grandes empresarios del país. Pero esa mañana descubrí que la tapa del “magazín” hablaba de un hombre desconocido. Un nombre ajeno a las personalidades de la llamada clase empresarial.

 

Se trataba de un emprendedor. Un joven empresario que, con arrojo, visión, valentía y ambición hizo de una idea un negocio con amplias perspectivas de expansión. Una compañía generadora de patentes orientadas a satisfacer necesidades comunitarias, en un país que si algo presume son rezagos sociales.

 

Un empresario emprendedor. Representante de la nueva cultura mexicana que cuenta con el apoyo de los medios para mostrarle al mundo que en México hay oportunidades para invertir. Que México es más que la pólvora, plomo y sangre que describe en primeras planas la prensa local e internacional.

 

Eso es lo que espero, algún día no muy lejano, poder comentar de México. Que las noticias de negocios se concentren, no en el puñado de nombres que todos conocemos, sino en torno a exitosos emprendedores que llevan el nombre de México al mundo como un país innovador, visionario, joven y lleno de oportunidades.

 

Los emprendedores serán los verdaderos “embajadores de México”. A través de ellos el mundo verá las ideas que genera la nueva clase de empresarios en el país, apoyados -espero que allende la demagogia y el camino de la buena voluntad- por una nueva clase de líderes políticos.

 

Para que esto sea una realidad se requiere compromiso de todas las partes. Compromiso de un individuo con su idea de negocio. Compromiso del gobierno por “cambiarle el chip” a la educación para formar empresarios no empleados y por sentar las bases mínimas de competitividad y certidumbre.

 

Para subsistir en el mundo de la competitividad hay que innovar. Para innovar hay que reinventar. Para reinventar hay que ser imaginativo. Para ser imaginativo hay que mantener viva nuestras capacidades de observación, curiosidad y asombro.

 

Para ello, hay que cambiarle el chip a la educación de un México -perdón por decirlo sin tapujos- en general mal educado. Un país acostumbrado a caminar a pesar de la corrupción, compadrazgos, la falta de cultura cívica, la “transa”, la simulación y la informalidad. ¡Ah! y de la legendaria inmovilidad ante los abyectos excesos de funcionarios públicos.

 

Hay que cambiar el chip. No hay duda: hay que innovar para subsistir. La vida ha alcanzado la velocidad de la inmediatez gracias a la tecnología. Ese fenómeno en sí mismo es una oportunidad gigantesca para los emprendedores en México.

 

Recientemente Apple anunció que los usuarios de iPhones, iPads y iPods touch han descargado más de 40 mil millones de aplicaciones, de las cuales casi 20 mil millones corresponden a 2012 y dos mil millones a diciembre del año pasado.

 

Estos desarrolladores -muchos de ellos jóvenes menores a 27 años- han creado más de 775 mil aplicaciones para usuarios del sistema operativo móvil iOS de todo el mundo y Apple les ha abonado más de siete mil millones de dólares.

 

¿Cuánto de ese dinero llegó a México? No lo sé, pero seguro corresponde -en proporción- a la importancia que históricamente el país le ha dado a la modernización educativa.

 

Si la imaginación es un niño feliz pateando un bote por la calle de las fantasías infinitas, creando sensaciones únicas e ideas innovadoras… dejémoslo salir a jugar con la seriedad e ilusión con la que juega un rapaz.

 

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