En el acto de ayer casi al mediodía, en Los Pinos, donde se confirmó la renuncia de José Antonio Meade a la Secretaría de Hacienda para buscar la candidatura presidencial del Partido Revolucionario Institucional, se concretó el tradicional relevo priista, pero con una pequeña gran diferencia: la designación del seguro candidato del PRI no significa que será necesariamente el próximo Presidente de la República.

 

Superado el primer reto, que fue la designación como precandidato, a Meade le toca, sin duda, superar otra aduana, quizá la más importante para poder presentar una candidatura competitiva en los comicios del año que viene, convertirse en el foco que aglutine a todo el electorado moderado que ve en Andrés Manuel López Obrador un riesgo que puede llevar a México a la catástrofe y a la perpetuación en el poder del priismo conservador del más viejo cuño. Ése es el segundo reto.

 

Las preferencias electorales reflejadas en las últimas encuestas presentan un panorama complejo para el PRI y sus aliados rumbo a las elecciones federales y locales de 2018, pues si bien Andrés Manuel López Obrador, al parecer, llegó a su techo en las intenciones de voto, tiende a bajar conforme avanzan las postulaciones en los otros partidos.

 

Si todo sigue como hasta ahora, veremos en las boletas a Meade por el PRI y sus aliados, Ricardo Anaya por el PAN, Miguel Ángel Mancera por el PRD y los independientes Margarita Zavala y Jaime Rodríguez El Bronco.

 

Este abanico de aspirantes presidenciales, sin duda, representa una gran dispersión de las preferencias, pues Zavala quitará no pocos votos al PAN y El Bronco puede ser atractivo para ese electorado que gusta de esos candidatos contestatarios que sin mucho contenido puede generar simpatías entre ciudadanos agraviados por la pobreza, la corrupción y la impunidad.

 

Paradójico, sin duda, el hecho de que un brillante funcionario público sin partido, que ha servido en gobiernos panistas y priistas, sea quien será postulado como candidato a la Presidencia cuando se cumplan los trámites legales de rigor, lo que formalmente lo convertiría en el primer candidato ciudadano del PRI.

 

Meade tiene ante sí la no pequeña tarea de unificar al PRI en torno a su candidatura y la de convencer a ese electorado que no comulga con Morena y su virtual candidato que es la mejor opción para enfrentar el populismo que representa Andrés Manuel López Obrador y que tendrá también como opciones moderadas a Miguel Ángel Mancera con el PRD, Ricardo Anaya del PAN y la independiente Margarita Zavala. Ése es el segundo reto que deben enfrentar Meade y su equipo, que deberá reflejar el perfil de honestidad y talento de quien en breve será formalmente el abanderado del PRI y sus aliados.

 

Los tiempos corren vertiginosamente, y ya se irá viendo en el arranque del año si Meade puede remontar la posición que tiene el PRI en las encuestas con las que se mide el inicio de la contienda presidencial de 2018.

 

Faltan siete meses, el trecho parece largo, pero cada día cuenta en lo que se perfila ya como una de las elecciones federales más complicadas de la historia política mexicana, y ahí está el tercer reto de Meade: ganar la Presidencia de la República.