La presidenta municipal de Chihuahua le asestó una multa de 500 mil pesos a Los Tigres del Norte por interpretar narcocorridos durante un concierto. Y es que en Chihuahua hace cinco años que está prohibido interpretar loas a los capos mafiosos.

 

El asunto tiene mil aristas. Por un lado, cuesta no entender la herida profunda que significa para miles de personas escuchar la alabanza de algún delincuente atroz en el estado de los feminicidios de Juárez, donde los muertos por tiroteos como los que han repuntado últimamente son incontables, donde las policías están permeadas por el miedo y el soborno. Conviene recordarlo: Chihuahua fue el estado más violento hasta que Guerrero se destrampó. Hay que pensar en las víctimas.

 

Pero luego está el problema delicadísimo de las libertades y su contrapunto, la transformación del Estado en un regulador de contenidos. En un censor. Sí, los llamados narcocorridos, por lo demás ya una tradición larga y plural de la música popular mexicana, suelen ser meros ejercicios de lambisconería dedicados a sujetos infames. Letras tontas al servicio de criminales. Pero, de entrada, no tengo claro que todo este subgénero pueda barrerse de la mesa con ese argumento. La línea divisoria entre la apología y la descripción, entre el elogio del mal y la crónica del mal, entre la admiración pura y llana, y la necesidad de consignar una serie de hechos que determinan nuestras vidas, es a menudo borrosa. El arte, popular o elevado, literario, musical o teatral, se ha ocupado y se ocupa de ambas cosas desde que el hombre es hombre, muchas otras veces con resultados buenos, muy buenos y hasta sublimes. Los Tigres del Norte pueden haber caído en pecado de apología, pero no dejan de estar entre lo más elevado del arte popular. No creo que sea un ditirambo, por ejemplo, la canción que según la prensa les costó el castigo: Contrabando y traición. Resulta evidente que hay ahí una sabrosa recreación de la voz popular, una crónica aguda y cascabelera de hechos por lo demás bien conocidos, humor, una buena historia de amor disfuncional… La materia de la que se hace el arte.

 

¿Debe entonces la censura responder a criterios digamos estéticos? Sobra decir que no. La ley se aplica siempre a rajatabla, y quién quiere convertir a los presidentes municipales del país en teóricos del arte. El riesgo entonces, con esa tábula rasa, más allá de los asuntos profundos de las libertades, es darle un golpe de muerte a la cultura popular a cambio de una medida que francamente, en el mejor de los casos, será cosmética. Saquen cuentas.

 

aarl